Ángela Vallvey

Amenaza

Dionisio I El Viejo (430 a.d.C-367) era tirano de Siracusa, por eso mismo tenía claro que debía andarse con mucho ojo, pues comprendía, y no le faltaban motivos para ello, que seguramente la mayoría de la gente lo odiaba. No por ser de Siracusa, sino por ejercer de tirano. Los tiranos de antaño no eran ajenos al aborrecimiento que inspiraban entre los ciudadanos (los de hoy día tampoco, aunque parecen disimularlo mejor porque el pueblo llano sólo alcanza a verlos por la tele). Como eran unos capullos que exprimían a sus poblaciones con impuestos abusivos, leyes injustas y opresiones varias, los déspotas se movían con cuidadín. Los peligros acechaban a Dionisio, que no se chupaba el dedo. No al menos sin antes dárselo a probar a un criado, por si estuviese envenenado... Como todos los opresores, Dionisio estaba rodeado de una corte de pelotas, entre ellos Damocles, un pelmazo que pregonaba lo fetén que era Dionisio, y la existencia lujosa y magnífica de que gozaba. Dionisio, que se pasaba la vida guerreando y tratando de mantener enteros los dominios de su tiranía, cuando no de ampliarlos a costa de cortar gaznates cartagineses, y harto de las azucaradas lisonjas de Damocles, un día le preparó un banquete espléndido y le dijo que le cambiaba el puesto: Damocles ocuparía su sitio y disfrutaría de esa vida de delicias que atribuía al tirano. Damocles se acomodó en el trono, encantado de poner sus posaderas en el sitial donde reposaban los cuartos traseros del Poder. Pero, cuando levantó la vista, se dio cuenta de que una espada colgaba sobre su cabeza, atada por el pelo de un caballo... Moraleja: todo ser humano está siempre amenazado por una espada que pende de un hilo. Incluso caudillos, bolsistas, ricachones, augustos... (La vida sí que es democrática, la muy...).