Cástor Díaz Barrado

Amenaza y realidad

La celebración de las elecciones en Grecia, que tendrán lugar este mes, está suscitando un acalorado debate en torno al futuro de Europa o, al menos, respecto a algunas cuestiones que deben definir la realidad europea en los próximos años. Las posiciones, en esta fase, están siendo muy enconadas y hay advertencias muy claras por ambas partes de lo que sucederá en uno u otro caso. Mientras que Syriza asegura que va a negociar la deuda de una manera realista, lo que supondrá quizá el impago de ésta o de una parte de ella, algunos socios europeos, como Alemania o la República Checa, expresan, con nitidez, que no hay que tener miedo a que Grecia abandone la zona euro.

Pero la Unión Europea no está en crisis si los países que la integran son capaces de asumir con naturalidad cualquiera de los escenarios que pueden tener lugar en los próximos meses. Aunque no se pueda afirmar con toda rotundidad, en la mente de los gobernantes de la Unión sí debe estar grabada la idea de que el proceso de integración es irreversible y que el abandono de algunos países no impedirá que se cumpla el objetivo de que los estados europeos deben entregar, paulatinamente, soberanía. Todo está por ver.

El triunfo de Syriza en las elecciones griegas es posible, pero no está garantizado que tenga capacidad para gobernar mediante la aplicación plena de las medidas que viene anunciando desde hace tiempo. El mito de que el abandono de la Unión Europea por parte de algunos países o que la recomposición de la zona euro traería consigo una mayor inestabilidad tampoco es una verdad demostrada.

El modo de afrontar la actual crisis griega, al menos en las palabras, es muy diferente de cómo se hizo en 2010. La negociación y los acuerdos son, sin duda, los mejores métodos para resolver los enfrentamientos, pero no cabe olvidar que es posible que no se llegue a ningún acuerdo y que, entonces, cada una de la partes siga manteniendo sus posiciones.

Lo mejor sería que la Unión Europea no se enfrentase a ninguna ruptura traumática y que las controversias se solucionasen mediante realizaciones que implicasen una mayor integración. Cada crisis en la Unión debe traducirse en un avance y en una pérdida de la soberanía nacional. Quienes estén comprometidos con la realidad de una Europa unida deben seguir adelante. Todo está por decidir, pero las crisis nacionales no deberían condicionar, en esencia, el futuro de la Unión Europea.