José María Marco

América primero

La Razón
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La victoria de Donald Trump en las primarias de Nueva York, con el respaldo del 60 % de los votantes (frente al 25% y al 15% para sus oponentes) da verosimilitud al discurso que ha pronunciado en el Centro por el Interés Nacional para exponer su programa de política exterior. También la acogida ha cambiado. En su país se le sigue tratando con la misma arrogancia con la que en su día se trató a Reagan y a George W. Bush (por no hablar de Schwarzenegger o Jesse Ventura, gobernadores de California y Minnesota). Los europeos, que elegimos a gente como Ada Colau, Manuela Carmena, Pablo Iglesias o, en su tiempo, Jordi Pujol, somos especialistas en dar lecciones de seriedad y decoro. Aun así, la descalificación ya no es tan terminante. El payaso ha empezado a dejar de serlo.

Quizás se deba al tono del discurso, menos histriónico. O quizás sea el fondo, con un esfuerzo considerable por articular un programa. Y quizá sean las dos cosas. Partimos de lo que Trump ha expresado una y otra vez: el descontento de muchos ciudadanos norteamericanos y el descrédito de las elites políticas... de ambos partidos. A partir de ahí, en el discurso hay un aviso sobre los efectos de la globalización en un asunto de fondo, como es el de la identidad y la naturaleza de Estados Unidos. Y hay una indicación acerca de la necesidad de volver al interés nacional como guía de la política exterior norteamericana, después de dos décadas y media de desconcierto motivado por ambiciosas, arrogantes e inconsistentes visiones ideológicas.

En lo que respecta a su lugar en el espectro político, se comprueba que Trump adelanta un programa más escorado a la izquierda que Hillary Clinton, identificada, si no fuera por el legado popular de su marido –en particular entre los votantes negros–, con los grandes intereses empresariales y la superelite global, carente de identidad. En cuanto a los aliados europeos, la aplicación del programa de Trump les obligaría a tomar en serio su propia defensa, que EE UU dejaría de asumir como objetivo propio. Está por ver qué efectos tendría esto sobre los insostenibles programas del Estado del Bienestar de nuestros países. A nadie le debería extrañar que los norteamericanos se nieguen a seguir sufragándolos. «América primero», el eslogan de la campaña de Trump, ayuda a entender muchas cosas.