Alfonso Ussía

Amy Martin

Supe de la existencia de la gran escritora socialista Amy Martin en el decenio de los noventa del pasado siglo. Hoy vive en Madrid y colabora asiduamente en la Fundación Ideas del PSOE y en la versión digital de «Público». La vida de Amy, hasta que encontró el fruto de su valía gracias a Carlos Mulas, no ha sido fácil. Su padre, «Boom-Boom» Martin, fue la gran estrella del Circo de Filadelfia hasta su fallecimiento. La gran estrella tan sólo durante un día, porque murió la tarde de su presentación y en la sesión vespertina. «Boom-Boom» Martin, como su apodo indica, era el hombre-cañón u hombre-bala del afamado circo. En su primera actuación, el cañón funcionó divinamente, «Boom-Boom» salió disparado hacia las alturas, atravesó la lona superior, mantuvo su vocación ascendente durante angustiosos segundos, y se estampó contra una ventana del «Glory Center», uno de los más altos rascacielos de la interesante ciudad. Amy, huérfana de padre, vivió una infancia infeliz junto a su madre, Eleanora Westphale, que era –espero que Amy me disculpe por mi crudeza descriptiva–, más puta que las gallinas. Pero ella leyó mucho, y se convirtió en una gran escritora, prolífica y propietaria de un inmenso abanico sociocultural. El director de la Fundación Ideas del PSOE, Carlos Mulas –en ocasiones los apellidos encajan a la perfección con las circunstancias laborales–, contrató a Amy Martin con unas condiciones acordes con su portentosa cultura, estableciendo en 3.000 euros el valor de cada uno de sus artículos. Piezas de una originalidad estallante, como «La Medición de la Felicidad en el Cine Nigeriano», con toda probabilidad el artículo de opinión más demandado, previamente, y celebrado con posterioridad a su publicación, por sus centenares de miles de lectores. De cuando en cuando, la fundación cultural socialista le encajaba a «Público» algún artículo de Amy Martin con el fin de hacer pachas con los gastos. En la página «web» de la Fundación Ideas, se presenta a Amy Martin como su columnista de referencia, su «global observer», y para incitar a los lectores al placer que siempre procuran sus artículos, se anuncia el núcleo argumental de sus escritos. Lo que se hace, por otra parte, con todos los «global observer» del mundo. «A través de la observación y el análisis desprejuiciado (sic) de ese cambio, Amy Martin pretende alentar al lector a que contribuya con nuevas ideas a la búsqueda y acompañamiento del progreso». Y como es lógico, el lector contribuye.

Sucede que en este tipo de fundaciones culturales, la envidia y la susceptibilidad se disputan la sensibilidad del resto de colaboradores y la mayor parte de los empleados. Y a pesar de la incontestable importancia de los artículos de Amy Martin, a muchos les ha extrañado el nivel de sus remuneraciones y su falta de cortesía. Cuando se percibe tanto dinero por unas colaboraciones escritas, lo menos que se le puede exigir a la genial escritora es que aparezca de cuando en cuando por la sede de la fundación, detalle que hasta la fecha, no ha cumplido en ocasión alguna. Ni para felicitar la Navidad y desear un buen año nuevo al mismísimo Carlos Mulas, su descubridor. Según se ha sabido, Amy Martin no tiene cuenta corriente en ningún banco español ni extranjero con sucursales en España. Cobra mediante sobre rebosado. Hasta el momento, más de cincuenta mil euros. Y es lógico que la gente se pregunte: ¿Quién cobra en su nombre? ¿Le llega a Amy Martin algo de lo que ha ganado honradamente? ¿ Es gorda, flaca, alta, baja, rubia o morena? Todo un enigma. Estoy de los nervios.