Alfonso Ussía
Ana Patricia
El banquero más original y divertido que he conocido no es otro que Jaime Gómez-Acebo, marqués de Deleitosa, presidente del Banco Español de Crédito en el decenio de los sesenta del pasado siglo. Humanista, coleccionista de arte, abogado y extravagante. Nada ajustado a las normas del Perfecto Banquero. Lo visitabas en su casa, te la enseñaba, te gustaba su cama de matrimonio y te la vendía. En el Central gobernaba Ignacio Villalonga, que atravesaba con la mirada. El vicepresidente era su hijo, Ignacio –Nacho–, Villalonga Jáudenes, pero como banquero le salió rana. Heredó la Presidencia Alfonso Escámez, cuyo primer trabajo en el Banco que presidiría fue el de botones en la sucursal de Águilas, Murcia. Don Alfonso tenía más conchas que un galápago, inteligente, vivo y amparado en una sordera discrecional. Era sordo sólo cuando le convenía. Cuando se fusionó el Central con el Hispano de Amusátegui, que tuvo años atrás como Presidente a un Anchústegui, Escámez encontró la fórmula para ningunear a su co-presidente. Lo llamaba Anchuátegui, y le divertía contar que Amusátegui le corregía de continuo: «Amusátegui, Alfonso, Amusátegui». A los «Albertos» los despachaba con lejanía: «Están dando mucho la lata esos que matan corzos». El Popular estaba en manos del inteligentísimo y resbaladizo Luis Valls, soltero y numerario del Opus Dei, brillante predicador y banquero. Y el Santander, el octavo Banco de España, lo manejaba a su antojo –era casi suyo–, el viejo Don Emilio Botín, un banquero a la antigua, enamorado de los árboles, cordial y durísimo. El gran Manolo Escalante, en su vivero de Mazcuerras, cuando tenía un árbol excesivamente caro que nadie compraba, le colgaba el siguiente letrero: «Reservado por don Emilio Botín». Y al día siguiente lo tenía vendido. Me contaba del comprador de un inmenso magnolio al que había colgado el cartel milagroso. Su mujer protestaba: «¿Qué vamos a hacer con este magnolio tan grande? No nos cabe en el jardín». Y el comprador, muy ufano, le respondía: «Joder a don Emilio».
Emilio Botín sucedió a su padre. Y convirtió el «Banco de Santander» en el más grande de España y uno de los pilares de la banca mundial. Ya se ha escrito mucho, justa e injustamente de su gran figura en estos días posteriores al de su fallecimiento. Y ahora le toca el turno, el peso y la responsabilidad a su hija Ana Patricia, que lleva preparándose para ello desde que tiene uso de razón. Confieso que siempre que he estado con ella, la he compadecido. Lo tiene todo para triunfar. Conoce el negocio de la banca como pocas personas, habla varios idiomas, trabaja como su padre, se relaja jugando al golf y a veces le domina la timidez, que puede interpretarse como lejanía. Es una montañesa española formada en Inglaterra y los Estados Unidos. Menos simpática y abierta que su padre, que además de un gran banquero era un formidable relaciones públicas. Recuerdo la expresión consternada de un amigo mío, jerezano, director de una sucursal de Banesto cuando presidía este banco Ana Patricia. Reunió a sus directores en un hotel. Los saludó uno por uno, y a muchos de ellos por su nombre. Mi amigo, moreno de por sí, se acababa de incorporar de sus vacaciones. Al saludarlo,con media sonrisa le dijo: «Tiene usted demasiado buen color para ser director de una agencia del Banco. El trabajo no tuesta».
Iguala o supera en tenacidad a su padre.Tiene la formación de su padre y una timidez sólo suya. Pero estoy seguro de su victoria. Y me gusta que sea una mujer la que presida la institución financiera más importante de España. Aunque Esperanza Aguirre le gane al golf.
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