Julián Redondo
Ancelotti, espabila
Cuando el Atlético cambiaba de entrenador cada tres meses, o menos, y reformaba la plantilla cada temporada, la ausencia de un esquema futbolístico racional obligaba un partido sí y otro también al lateral derecho Tomás (Reñones) a ejercer de cerebro y quitamiedos. A falta de ideas y de valor, balón a Tomás y que corra, y cuando llegue a la línea de fondo, que centre. Unas veces el balón iba al segundo anfiteatro y otras, al primero. Las menos, al área. Y vuelta a empezar. En el Madrid, Pepe se ha convertido en el adalid del pelotazo y tentetieso, recurso paupérrimo que ni siquiera se acerca al «a mí, Sabino, el pelotón, que los arrollo». Porque Cristiano no arrolla, desborda, si vence a la ansiedad y doblega ese montaraz instinto de disparar desde las torres Kio cual francotirador con el punto de mira desviado.
Sin saber ni cómo ni por qué, Ancelotti ha reducido al Madrid a un ¡bola va! impropio de sus genes. Los buenos augurios de la pretemporada se han desvanecido en siete partidos de Liga. La tribuna sospecha que los jugadores saltan al campo sin actitud, o sea, desganados, y eso resulta increíble. Se han soltado de las cadenas de Mourinho, han respirado a pleno pulmón, han recibido a Carlo Ancelotti como al libertador y, sin embargo, tanto oxígeno les ha debilitado. No es posible que un equipo de 500 millones se desmorone porque falta Alonso. Conclusión: el equipo está descolocado. Y desordenado. Y bloqueado. Y roto. Por contentar a todos, el entrenador no satisface a ninguno. No encuentra ni el once ni el sistema. Está perdido. Que espabile.
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