Paloma Pedrero
Ancianos, jugar para vivir
Los observo en el parque a menudo. Con mi perra que también les quiere especialmente. Quiere a los niños y quiere a los ancianos. Le gusta jugar con ellos a la pelota. Porque ella nota que se divierten, se ríen, disfrutan más que nadie. Y pienso que el ciclo de la vida es nacer, crecer, desarrollarse, volver a hacerse niño y morir. Por eso mismo los críos pequeños y los abuelos no tienen conflictos. Viven el presente sin censuras. Se entienden. El problema es que los mayores ya no tienen la salud y la energía de los pequeños. Y, sobre todo, que en nuestras sociedades desalmadas, no tienen tampoco el amor y la compañía necesaria. Por eso, y aunque la tendencia es a dulcificarse, no todos lo hacen. Les puede el dolor físico y la soledad. Así lo vio la psicóloga Catalina Hoffmann e inventó un método para acercar a las personas mayores los cambios culturales y sociales a través de los más pequeños. Esta terapia ya se aplica en algunos centros de mayores y parece que el resultado es asombroso. Dos días estuvieron un grupo de críos de cinco años en uno de ellos; hicieron tartas, jugaron con ordenadores, escucharon música, bailaron... Pues bien, esos días los ancianos tuvieron menos dolores y hubo menos bajas que en días normales. Y es natural. Como natural sería que pudiéramos convivir hasta el final cerca de los jóvenes, que ellos nos ayudaran a mantener la mente activa, que bebiéramos de su fuente de juventud como ellos de la fuente de sabiduría que dan los muchos años. No me gustan las ciudades para ancianos. Me gustaría mucho más acabar mi vida mezclada con otras generaciones y jugando con los niños y los perros. Como observo en el parque.
Paloma Pedrero
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