Paloma Pedrero
Andrea
Es brutal, totalmente desgarrador tener una hija pequeña enferma y sin esperanza. Peor aún es verla sufrir, porque Andrea está en muy mal estado y tiene grande dolores. Dolores para nada, porque la niña no podrá sobrevivir a ellos. Es desgarrador hasta tal punto, que los propios padres suplican que se la deje de dar la alimentación por sonda, que se la deje descansar en paz. Esto que tendría que ser algo natural, pura compasión humana, se ha convertido en un litigio entre padres y médicos. Esto que tendría que resolverse discretamente y con todo el amor del mundo, respetando el dolor de todos, ha tenido que llegar a un juez. También a los medios de comunicación y a la polémica. Y cuando digo respetando el dolor de todos, hablo también de los galenos. Porque creo que cualquier médico con vocación y sensibilidad debe de sufrir viendo cómo una criatura se agita de dolor y él no puede hacer nada. Seguro que algunos de esos pediatras son padres, ¿por qué no se ponen en ese lugar ante Andrea? Entiendo que los humanos somos bastante brutos y empecinados, y que por eso es tan dificultoso ponerse de acuerdo a la hora de cambiar las leyes; comprendo que a veces nuestra ideología, fruto de pensamientos ajenos, nos hace inflexibles ante los conflictos de la vida. Pero aquí, en el triste caso de la niña Andrea, sólo podemos actuar con el sentido común y la empatía. Preguntarnos: ¿qué haría yo si mi pequeña y amada hija estuviera enferma terminal con dolores terribles? ¿La seguiría alimentando artificialmente por más tiempo? Esa debería ser la única ley a seguir. La del amor. La que más nos cuesta cumplir.
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