Alfonso Ussía

Angulas

Invitó Juan Garrigues a comer en «O Pazo» a tres rusos. Yury Khozyn, Victor Afanasiev y Valery Nadolnik. El quinto en la mesa era Antón Martiarena, donostiarra, un amigo inolvidable que rebosaba de talento natural. Juan y Antón pidieron angulas. Cuando los camareros llevaron a la mesa las cazuelillas de barro cocido con las angulas humeantes, Khozyn sentenció que los españoles teníamos gustos muy raros. -Son lombrices-; -no - comentó Antón-, son angulas y no sabéis bien lo que os estáis perdiendo-. Khozyn era el jefe de la Delegación soviética en España, aún en espera de ser elevada a rango de embajada. Simpático, con gran sentido del humor, y según se supo más tarde, con una modesta cuenta corriente en un banco suizo por si las moscas moscovitas. Afanasiev tenía aspecto de checheno y jugaba prodigiosamente al ajedrez. Y Nadolnik, capitán de la marina mercante soviética, era igual a Steeve McQueen y en Madrid se lo pasaba muy bien. Los diplomáticos y representantes soviéticos en las empresas mixtas de España y la URSS destacaban, por encima de todo, por su inabarcable capacidad para la gorronería. Muy gorrones. Para hacer un buen negocio con la URSS era necesario invitarlos a los mejores restaurantes y ofrecerles toda suerte de regalos. A Juan Garrigues lo tuvieron frito con su empresa de comercio exterior CIEX. Su competencia directa era PRODAG, de Ramón Mendoza.

Ramón los trataba con más distancia y menores mimos, pero abría a los soviéticos cuentas en Ginebra, y los mejores negocios se los adjudicaban a Mendoza. Estábamos con las angulas.

Después de tragar esos lenguados como sábanas que sólo consigue Evaristo García, a los rusos les dio por probar las asquerosas lombrices. Con mucho cuidado, tomando el tenedor de madera con grandes precauciones, se lo llevaron a la boca. A Juan le costó la prueba un congo, por cuanto los soviéticos solicitaron una ración para cada uno, y posteriormente, repitieron. Les encantó saber que se trataba de un plato exclusivo y carísimo.

Las angulas provienen del mar de los Sargazos. Forman grandes bolas compactas y gelatinosas y así navegan hasta nuestras rías del norte.

En mi mundo particular del poniente montañés, siempre me interesan las angulas de La Rabia, y si los hermanos Herrera consiguen una buena pesca. Ya no lo intentan por la cantidad de papeles que se necesitan para pasar frío por las noches. En Bustio, que es la margen asturiana de la cántabra Unquera, Javier el de «Sein» tiene las mejores angulas de España, que también se disfrutan en el «Boga Boga» de San Vicente.

Al alcanzar la boca de las rías, las angulas deshacen su bola y se dispersan. Si así lo hacen, han logrado un gran reto. Escapar de las redes de los japoneses, que son bastante cabroncetes al respecto. Pescan angulas para que se hagan anguilas, y comérselas crudas en sus restaurantes, lo cual es, sencillamente, asqueroso. Las angulas son transparentes, se matan con tabaco y adquieren la oscuridad de su lomo mientras son cocinadas. Así de golpe, pueden tener razón los que interpretan que son como las lombrices, pero el que las prueba, sueña con repetir la experiencia.

En esta temporada están entrando en las rías las angulas con más alegría que en otros años. La pesca de la angula es dura y sentida. Se eligen las grandes mareas en los días de tempestad, frío y lluvias torrenciales. Y como hay que hacer de todo en esta vida, después de ser aleccionado y con todos los bártulos precisos, he permanecido tres horas de noche gélida intentando su pesca.

No puedo ser multado por mi intento porque ha resultado plenamente fallido. Ni una angula. He cambiado en tres ocasiones de lugar, pero creo entender que he elegido los sitios menos apropiados para conseguir un, al menos, honroso ejemplar. Nada de nada. Sí he pescado un fuerte catarro y un principio de neumonía. También un estado de pre-congelación próximo a la hipotermia. Y he comprendido el motivo de su alto precio en el mercado.

Existen las gulas, que están muy bien, pero la diferencia es notoria. La gula no navega, ni hace bolas, ni se libera en la boca de las rías. Simplemente se fabrica. La verdad es que a muchos de ustedes esto de las angulas les puede importar un pimiento, pero escribo de ellas para recordar a amigos del pasado, valorar el esfuerzo de su pesca, y lo que es más importante, para manifestar mi animadversión hacia los japoneses.

Me hallo en la cama con alta fiebre. Y no me apetece ni una cazuela de angulas. Feliz Año nuevo.