Reyes Monforte
Antonio Asunción: El hombre que siempre sonreía
Recuerdo el día que conocí a Antoni Asunción. Imposible olvidar el sobresalto que me produjo encontrarle de pie, en el salón de la casa que compartía con mi entonces pareja en ciernes, Pepe Sancho. Al verle, fue instintivo y reconozco que algo irreflexivo, pero nadie me había advertido del vínculo familiar. Miré a Pepe y le pregunté: «Pero cariño, ¿qué has hecho?». Los dos respondieron con una de las sonoras carcajadas que solían compartir cuando estaban juntos, lo que me tranquilizó en parte, aunque no terminara de cogerle la gracia ni de entender qué hacía todo un ex ministro del Interior en mi casa, con mi futuro marido , y a esas alturas del encuentro, riéndose al unísono de mí. Entonces me explicaron lo que muy pocos sabían y aún hoy muchos desconocen, que eran primos hermanos, que se querían y que guardaban la misma complicidad de cuando eran pequeños y compartían la paella del domingo que solía preparar el padre de Pepe en la casa del padre de Toni. Pasados los años, esa escena gastronómica se repitió muchos fines de semana, casi siempre en casa de Toni, alternando los primos el puesto de chef, y fastidiándose todo lo que podían en el proceso de elaboración de la paella que hacían, como no podía ser de otra manera, a fuego de leña.
Ese día dejó de ser Antoni Asunción para ser Toni, dejó de ser el ex ministro socialista del que todos hablaban maravillas para convertirse en familia, y desde ese día las sonrisas se convirtieron en eternas.
Toni siempre sonreía. Hasta en los momentos más complicados y difíciles, sonreía. Y lo hacía abiertamente por muy profunda que fuera la traición, la descalificación, las amenazas de muerte, las trampas o el dolor. Recuerdo las veladas de risas compartidas en las que rememoraba el día que, recién nombrado director de Instituciones Penitenciarias, su primo el actor le aconsejó no sonreír tanto: «Coño, Toni, no puedes entrar y salir de las cárceles descojonándote, que no te van a tomar en serio». Pero él sonreía con dignidad, la marca de la casa, con la misma dignidad con la que vivió, esa con la que decidió dimitir como ministro del Interior a los pocos meses de ser nombrado y su gesto se convirtió casi en un icono de responsabilidad política, algo que él no terminaba de entender.
Vivía la vida sin traumas, y así se ha ido, sin traumas, sin recrearse en las heridas, sonriendo, sin darse importancia, admitiendo la muerte como admitió la vida, como venía y afrontándola con una sonrisa. Una de las últimas veces que coincidimos en Madrid, nos cruzamos con Luis Roldán por la calle Princesa. No me di cuenta, pero comprendí que algo pasaba cuando le miré a la cara y avisté una de sus amplias y traviesas sonrisas. «¿Qué pasa?», le pregunté. «¿No le has visto? Acabamos de cruzarnos con el fugitivo. Y me ha visto perfectamente, como yo le he visto a él». «¿Y no te ha dicho nada?», pregunté con cierto sarcasmo .»Pues ya ves que no. Ésta vez, tampoco me dijo nada». Y más risas.
Sólo en una ocasión le vi sin ganas de sonreír, la misma tarde que le vi llorar como un niño, la tarde de marzo en la que compartimos lágrimas en un abrazo que no sé cuanto duró porque una ausencia nos zarandeó a ambos, robándonos la percepción del tiempo.
El destino ha querido que Toni muriera cuando se cumplían tres años de la muerte de su primo hermano, al que quería como tal, con tan solo unas horas de diferencia. Pepe murió el 3 de marzo de 2013 , Toni el 4 de marzo de 2016. No le ha dado tiempo a cumplir los 65 años. Se ha ido cuando tenía ganas de contar muchas cosas y pensaba hacerlo. «Yo te cuento y tu lo escribes. Ahora ya podemos».
Siempre cumplió su palabra, incluso la no dada, la guardada y asumida. Siempre excepto una vez, cuando le prometió a su primo que estaría pendiente de su mujer cuando él faltara. Se lo reproché hace unos días cuando ya sabíamos que esto se acababa, y sonrió. Lo estuvo hasta que pudo. Nunca le agradeceré bastante que se convirtiera en mi sombra en los peores momentos de mi vida, en cada instante, en cada detalle, en cada momento.
Decía Edgar Allan Poe que a la muerte se le toma de frente con valor, y después se le invita a una copa. Sé de dos que a estas horas se estarán tomando una copa y riéndose de todos. Pero, eso sí, siempre a nuestra salud. Descansa en paz, Toni.
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