M. Hernández Sánchez-Barba

Antonio Pérez

Nombrado Secretario de Estado por Felipe II en 1567, no tomó posesión hasta el 17 de noviembre de 1568, cuando había cumplido veintiocho años y realizado estudios universitarios en Alcalá, Lovaina, Venecia, Parma y Salamanca. Educado por Gonzalo Pérez, arcediano de Sepúlveda, secretario de Carlos I y Felipe II, burócrata de singular entendimiento y uno de los más grandes y destacados humanistas de la España de su tiempo. De manera que, por filiación paterna, por formación universitaria llevada al máximo humanismo renacentista y por condición e inteligencia, Antonio Pérez, cuando asume el puesto para el que le designa el monarca, se encuentra en la madurez de su formación intelectual.

Incide en la política española en una época decisiva de la organización del Estado español en América, el momento de la convocatoria por Felipe II de la Junta de Madrid de 1568 para la consolidación de la soberanía indiana. En la Corte se producía la lucha sorda del príncipe de Éboli y el duque de Alba. La rápida percepción del entramado mental y la condición de trabajador infatigable del Secretario de Estado, captaron muy pronto la predilecta atención del rey. Antonio Pérez usó mal de esta privanza. Su afición al lujo y la ostentación, su afición al juego y otros excesos exigían sumas cuantiosas y muchos inconvenientes en procurarse para sus gastos suntuarios. Conocía perfectamente las debilidades y celos del monarca hacia su hermano Juan de Austria, gobernador de los Países Bajos. Alimentaba el sueño caballeresco de desembarcar en Inglaterra, liberar a María Estuardo, reina de Escocia y heredera del reino británico, y transformarse por razón de matrimonio en soberano de estos países.

A su lado, el rey ponía como secretario a un hombre de plena confianza, con el encargo de tenerle informado; primero fue el hidalgo Juan de Soto, que se dejó sugestionar por Juan de Austria y no informaba con la intensidad y extensión que Felipe II deseaba. Lo mismo ocurrió con su sucesor, Juan de Escobedo, que se hizo encendido partidario del «bastardo imperial», y que Pérez convenció al rey de la necesidad de eliminarlo; fueron sus esbirros los que lo mataron a estocadas el 31 de marzo de 1578. Entonces Antonio Pérez se convirtió en informante mutuo entre el rey y el bastardo. Gregorio Marañón, en su gran estudio sobre este personaje, asienta la tesis según la cual Pérez, valiéndose de su superioridad intelectual, trataba a los hermanos como si fuesen deficientes mentales. A ello se une la leyenda sentimental de que necesitaba eliminar a Escobedo porque este leal servidor de Ruigómez de Silva había sorprendido sus amores con Ana Mendoza, princesa de Éboli, viuda del duque de Pastrana.

El rey tardó en tomar una decisión; el 18 de julio de 1579 decretó la prisión de Pérez y de la princesa de Éboli. Pérez huyó, se refugió en Aragón y Felipe II, dispuesto a que el sistema aragonés se concordase con la ideología política que encarnó, aunque respetuoso con la ley, efectuó la reforma de acuerdo con las Cortes, con mayor eficiencia del poder real. Enrique de Borbón le ofreció refugio en París, donde llegó el 10 de septiembre de 1593 y se ocupó de gestionar la alianza de la reina inglesa y el rey francés contra España. En sus «Relaciones» el secretario acusó al rey de la muerte del príncipe Don Carlos, de amores con la princesa de Éboli. Se convirtió en modo definitivo en traidor a su Rey –de quien había gozado de confianza omnímoda– y a su Patria, cayendo en la más grave de las traiciones. Murió en París, despreciado por todos, el 3 de noviembre de 1615.

Antonio Pérez escribió un libro, publicado en Madrid en 1788, con el título de «Norte de Príncipes, Vires, Presidentes, consejeros, gobernadores y advertencias políticas sobre lo público y particular de una Monarquía: «Fundadas en materia y razón de Estado y Gobierno», según estampilla, «para el uso del Duque de Lerma, gran Privado del Señor Rey Don Phelipe tercero». Libro reproducción facsímil del original existente en la Biblioteca del Senado de Madrid, según la Carta que acompaña la obra que pide el duque de Lerma a Antonio Pérez para saber cómo se debe gobernar un Privado. No entiendo cómo ni el solicitante ni el informante pueden confundir un funcionario de Estado, como fue Antonio Pérez, con Privados que proceden de la «gracia personal». Es bien consciente de esta no sutil, sino importante diferencia «tacitista», pues otros son los hombres, pero no otras las costumbres. En definitiva, en este libro expresa, más que razones políticas, cuáles son las dimensiones básicas del sentir, afectado por el entorno, de modo fuerte entre lo bueno y lo malo; que puede ser huir de unas experiencias y precipitarse en otras. ¿Las circunstancias mandan sobre los actos?