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Aplausos en el Parlament y suena «Els Segadors»

La Razón
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La ascensión de Carles Puigdemont a la Presidencia de la Generalitat se presta a diferentes lecturas, todas ellas muy ilustrativas de la naturaleza del «procés» y del perfil de sus protagonistas.

Su elección se ha hecho completamente a oscuras, de espaldas a la ciudadanía y a los propios diputados que lo acabarían votando, muchos de los cuales no podían ocultar su sorpresa por el desenlace de las negociaciones. Todo un ejemplo de la importancia que los nacionalistas le dan al «pueblo» que dicen representar: una masa de figurantes para organizar performances colectivas. Produce hilaridad recordar ahora las multitudinarias y movidas asambleas de las CUP.

No sabemos quiénes propusieron y respaldaron a Puigdemont, pero se intuye que su mérito principal consiste en ser un nacionalista radical a gusto de ERC y las CUP. Su carrera antes de ser alcalde es la de uno de tantos separatistas liberados, a sueldo de chiringuitos subvencionados de todo tipo. Resulta imposible destacar algún aspecto intelectual o profesional de su perfil, pero quienes lo han tratado advierten que su apariencia inofensiva oculta una determinación fanática y unos métodos maquiavélicos.

No nos puede sorprender la precipitación y el carácter agónico de la elección. Las fuerzas políticas catalanas llevan años instaladas en esa dinámica. Teatralizan sus diferencias durante meses, y al final todo se resuelve en cuestión de horas con una pirueta. Se evita el coste del conflicto, se da una falsa imagen de unidad, y se posponen los problemas de fondo. Normalmente la clave del acuerdo consiste en dar un paso adelante en la radicalidad y en elevar el nivel de desafío al Estado y a la sociedad española. El desenlace y el escenario de la tragicomedia es siempre el mismo: sus protagonistas aplauden a rabiar en el Parlament, y cantan «Els Segadors».