César Vidal

Apología pro Rallo

Contemplar España desde el exterior constituye un ejercicio provechoso porque los árboles no dejan ver el bosque y además porque, alejados del fragor cotidiano, se adquiere una mirada más equilibrada y también más amable. Con todo, no es fácil. Me entero con profundo pesar de que la UGT ha decidido impedir a toda costa que el economista Juan Ramón Rallo aparezca en TVE. A lo largo de la Historia, UGT no ha destacado precisamente ni por sus aportes intelectuales ni por su honradez. Si durante la Segunda República se incautó de viviendas y de cajas de seguridad y estableció checas, en los últimos años, con el asunto de los ERE andaluces, ha dejado más que de manifiesto lo que le importan los desempleados. Ahora además nos revelan que, salvo para lamentables acciones como las mencionadas, no destacan por su inteligencia. Durante varias temporadas, Juan Ramón Rallo fue el redactor jefe de la sección de Economía de un programa que, a la sazón, yo dirigía en la radio. Si algo me quedó claro en todo ese tiempo no sólo fue su extraordinaria competencia académica y profesional, sino también su innegable independencia. Identificado con una visión liberal de la economía, Rallo despellejó dialécticamente la política de ZP y Solbes en su día y siguió haciendo lo mismo con Montoro hasta el punto de ser, con Roberto Centeno, su crítico más sagaz. Nada partidista, ha sido siempre un hombre que cree en principios. Se puede estar o no de acuerdo con sus posiciones identificadas con los impuestos bajos, la preeminencia de la iniciativa privada sobre la pública, la reducción del gasto público y la libertad individual frente a castas que absorben buena parte de los recursos que salen de los bolsillos de los ciudadanos, pero descalificarlas como si fueran el fascismo – precisamente una doctrina que, en términos económicos, fue predecesora de muchas de las políticas socialistas de la posguerra– o la sumisión al Gobierno actual constituye un disparate de unas dimensiones colosales. Ignoro en que acabará todo. No sé si, al fin y a la postre, los sindicatos –tan poco ejemplares durante décadas– acabarán imponiéndose en un organismo que pagan todos los españoles. Si así fuera, los ciudadanos se verían privados de los juicios económicos de alguien que no sabe sólo de lo que habla sino que además puede advertir con conocimiento de causa de la que se avecina. Lo sé porque, año tras año, lo vi cuando formaba parte de mi equipo.