José María Marco
Artur Mas en Israel
El 28 de mayo de 1957, Josep Pla salió para Israel en un barco llamado «Theodor Herzl», ni más ni menos. El viaje, gran especialidad literaria de Pla, está contado en un estupendo libro titulado «Israel, 1957» (Destino, 2002). Atestigua la fascinación que sobre los catalanistas y los nacionalistas catalanes ejerció la nueva nación. No ha cesado desde entonces, como lo ha dejado claro el reciente viaje de Artur Mas a Israel. No les falta razón. El sionismo comparte con el resto de los nacionalismos surgidos a finales del siglo XIX la obsesión por la tierra y los muertos. Mas ha viajado hasta allí con los suyos y se ha referido a la contribución de los catalanes a la lucha contra el totalitarismo en los años 30 y 40. Las analogías son demasiado sencillas y demasiado brutales como para que sea necesario glosarlas. Más interesante es situarlas en el contexto del nacionalismo catalán. El nacionalismo catalán nació por las mismas fechas que el israelí y creó una mitología según la cual los catalanes conformaban un pueblo y una cultura superiores. ¿Superiores a qué? Superiores a la cultura española. Esa idea se ha manifestado en múltiples aspectos. Para adentro, en la exaltación de aquello que es propiamente catalán. Para afuera, en la relación con «España».
En cuanto a lo primero, define quién es el grupo dominante en Cataluña y por qué. A lado de los catalanes, los españoles no damos la talla. Aun así, los españoles se impusieron a los catalanes y, sobre todo, se han ido instalando en el Principado sin dejar de ser españoles. Encarnan así la amenaza insidiosa que se cierne desde dentro sobre la identidad catalana, ese resto inasimilable que es la verdadera fantasía, mucho más que la del enemigo exterior, de la nación nacionalista. Por eso el proto-Estado catalán se asigna como misión la de catalanizar íntegramente la población de Cataluña.
De cara al exterior, esta conciencia nacionalista ha adoptado formas variadas. Unas veces se inclina al imperialismo, que quiso civilizar España y elevarla al nivel de Cataluña, y otras quiere desmantelar España, una nación artificial y de fronteras forzadas. Como han vuelto a poner en claro las amenazas de Oriol Junqueras, uno de los objetivos más consistentes del nacionalismo catalán es, más aún que la creación del Estado catalán, deshacer España. En todo esto Artur Mas juega el papel tradicional de aprendiz de brujo. Resulta inquietante desde cualquier perspectiva, en particular la de Israel o la de la comunidad judía en general.
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