Cristina López Schlichting
Asco
El tráfico sexual en España es repugnante. Nuestro país es el primero de Europa en compraventa de prostitución, según datos del Consejo de Europa y la ONU. Un 39 por 100 de los españoles habría pagado por sexo, frente a un 19 por 100 de los suizos o un 15 por 100 de los austriacos. Países Bajos está en un 14 por 100 y Suecia en un 13 por 100. Una plusmarca lamentable que, además, nos pone terceros en el mundo, detrás de Tailandia (73%) y Puerto Rico (61%). Se señala que en Estados Unidos habría 200.000 meretrices y en España 400.000, que generan un gasto diario de 50 millones de euros. Los proxenetas se abastecen fundamentalmente de Suramérica, África y Europa del Este. Cuando se analiza este fenómeno, se afean la trata de blancas y la explotación de mujeres engañadas y obligadas, pero casi nadie se atreve a señalar que es sencillamente asqueroso que el consumo de mujeres se haya incorporado a nuestra «cultura» hasta constituir un fenómeno de masas. La mitad de los clientes están casados o viven en pareja y la edad media de los consumidores oscila entre 30 y 50 años. Las prostitutas revelan que los clientes cada vez son más jóvenes, que es común que acudan en pandilla y que existe un modelo de despedida de soltero que obliga al uso de putas en la «performance». La hipocresía social garantiza el negocio: apenas dos periódicos, LA RAZÓN y «20 minutos» han expulsado el negocio de las rameras de sus páginas. Todos los demás rotativos se lucran de los anuncios de putas –con fotos de mujeres cada vez más jóvenes– mientras denuncian el problema en sus páginas de información. La paradoja me recuerda una conversación sostenida con un «empresario» de este lucrativo sector, en una sala de fiestas de Colón, que me explicaba para uno de mis reportajes cómo organizaba su negocio y, a la vez, que mandaba a sus hijos a un colegio de religiosos y, por supuesto, no les revelaba su verdadera ocupación. Ciertos medios han difundido además la especie de que la prostitución puede ser un lucrativo negocio voluntario, que merecería todo respeto. Yo prefiero preguntar a quienes llevan 30 años en la calle ayudando a las mujeres. Rocío Nieto es fundadora de la asociación de apoyo Apramp, acaba de recibir el premio Women Change y es taxativa: «Yo nunca me lo he encontrado. Detrás de cada mujer dedicada a la prostitución hay un problema». Hay muchos factores que empujan hacia una banalización y mercantilización del sexo en todo el mundo –Internet y sus páginas de contactos, la trata de blancas internacional, el ocaso de un cierto respeto del cuerpo– pero convendría preguntarse por qué en España el desprecio de la mujer llega a estos extremos y hacer algo al respecto en los colegios y familias. Las mujeres constituyen un tesoro que no merece este trato.
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