César Vidal

«Ate»

Entre lo mejor y más útil que recibí del bachillerato superior no me cabe la menor duda de que un lugar de honor le corresponde al aprendizaje de la lengua griega. Me consta que esa asignatura ha sido no poco maltratada en sucesivos planes de estudios y quizá ésa sea una de las causas por las que en televisión ya no es posible contemplar, como sucedía durante mi infancia, las obras de Sófocles o Eurípides, pero sí vemos a casi cualquier hora del día a gente desmelenada que aúlla como si fueran personajes de Las bacantes. Por lo que a mí respecta, hace décadas en que no pasa un día sin leer algún fragmento en griego y creo que mucho he salido ganando. Esta mañana precisamente me encontraba repasando a Homero cuando di con una curiosa palabra: «ate». Los griegos eran más que conscientes de que existían momentos en la vida de un ser humano o incluso de una sociedad en que se producía un enloquecimiento inexplicable desde el punto de vista de la razón. De repente, comenzaban a emprenderse caminos o a adoptarse conductas que, en circunstancias de mero sentido común, jamás hubieran sido ni siquiera consideradas. Sin embargo, ese «ate» impulsaba de manera fatal hacia lo que terminaría en el desastre. ¿Cómo podía explicarse que un gobernante actuara de una manera que no sólo perjudicaba a su pueblo sino que le iba a causar a él también terribles daños? ¿Cómo entender que la mayoría de una sociedad dejara de pensar con un mínimo de sensatez y siguiera como un rebaño al primer demagogo que aparecía en escena? ¿Cómo comprender que, repentinamente, hasta seres que siempre se habían caracterizado por la cordura comenzaran a gritar incoherencias en medio de una masa desprovista de capacidad de reflexión? La respuesta es que aquella categoría denominada «ate» había descendido sobre ellos para conducirlos a la calamidad. Con el paso del tiempo, algunos – distó mucho de ser un juicio unánime– llegarían a ver en comportamientos de este tipo no sólo la acción de los dioses, sino incluso una forma de juicio sobrenatural. Es difícil ciertamente discernir por dónde discurre la mano de Dios en hechos concretos del presente. Con todo, hay algo sobre lo que cada vez albergo más certidumbre. Más allá de explicaciones económicas y sociales, políticas y jurídicas, institucionales y generacionales, basta con leer la prensa o ver la televisión españolas para percatarse de que, sin duda alguna, una parte nada desdeñable de la sociedad padece «ate».