César Vidal

Austeridad. ¿Qué austeridad?

Sé que no resulta políticamente correcto decirlo porque lo que ahora vende más es ir llorando como la pecadora arrepentida a causa de los recortes, propios de un puritano cromwelliano que, supuestamente, están llevando a cabo los distintos gobiernos. Sin embargo, no me lo puedo callar porque la realidad es matemáticamente irrefutable. Por mucho que se hable de reajustes y de apretarse el cinturón, lo cierto es que la Unión Europea, en general, y algunas naciones, en particular, si practican –que es dudoso– alguna virtud no es precisamente la de la austeridad. Juzguen ustedes por los datos desnudos y elocuentes. Hace un año, la deuda sobre el PIB era en la Unión del 88,2 por ciento. En estos momentos, supera ya ampliamente el 92 por ciento. Los griegos, por supuesto, van a la cabeza y si hace doce meses ya andaban con una deuda del 136,5 por ciento sobre el PIB aprovechando que nadie quiere la ruptura del euro y que Hitler colocó la esvástica sobre el Partenón, se han plantado en el 160,5 por ciento. Los alegres vecinos del sur no se han quedado atrás. Italia ha subido su endeudamiento en siete puntos; Portugal, en más de catorce y España –¡ay, Montoro de mis pecados!– en quince. Si ya entramos en comunidades autónomas, les recuerdo que Cataluña acumula más del cincuenta por ciento de la deuda de todas. Habrá quien vea en esto austeridad, pero gastar más y endeudarse más nunca han sido signo de semejante virtud. La realidad es que los gastos desaforados de arriba apenas se han arañado e incluso se han aumentado y para dar la sensación de que se da algún paso en la buena dirección, por abajo sí se han afeitado algunos setos y, por supuesto, se han subido los impuestos. Esa política, se mire como se mire, tiene todos los visos de acabar como el rosario de la aurora, siquiera porque no se puede alargar indefinidamente el mantenimiento e incremento de los privilegios de ciertas castas a costa de intentar quitar por abajo de donde ya, prácticamente, no queda. Es una cuestión de simple aritmética que lo mismo se puede aplicar al presupuesto de una nación, a la gestión de una radio, a la mercería de doña Patro o a la economía de una familia de la sufrida clase media. O, de verdad, se asume la austeridad comenzando por arriba o estamos sentenciados porque, de momento, lo único que cabe preguntarse es: ¿de qué austeridad hablan?