Lucas Haurie

Aviso

Como en una conmemoración negra, una broma macabra del destino, justo un año después del espantoso (y aún no aclarado) drama del Madrid Arena, hemos estado cerca de desayunarnos un sapo parecido en Córdoba. Las primeras pesquisas sobre el incidente de la Sala Posium parecen exculpar a sus propietarios: el tapón se produjo en los aledaños, el aforo no fue desbordado y el único detenido ha sido un cliente que, en su resistencia a abandonar el local, la emprendió a patadas con un agente (así iría la criatura). Todo impecable, tan impecables como parecían las explicaciones dadas el pasado 1 de noviembre por los concejales madrileños que salieron en tromba a achacar el fallecimiento de tres adolescentes, finalmente fueron cinco, a la mera fatalidad. El alcalde Nieto, cuya juventud y carisma lo legitiman para cualquier ambición, no debe desconocer el conchabe que a menudo se da entre los llamados «empresarios de la noche», como si de día fuesen pensionistas, y la autoridad municipal. Ni en Córdoba ni en ninguna parte se sobrecarga conscientemente una discoteca con el propósito de provocar una masacre, pero siempre se hace la vista gorda con determinados protocolos y rara vez carece el concejal del ramo de un bar de cabecera en el que le sirvan las copas a precio de amigo. Son corruptelas inocuas y tolerables hasta que por la mano negra del infortunio se convierten en corrupciones dañinas e intolerables. Cinco heridos leves suponen una advertencia sin coste y una invitación a emplear la lupa. Luego, está el continuamente conculcado derecho al descanso, que parece otro debate pero que es lo mismo.