Alfonso Ussía
Azafatas
Quien ha sido ministro del Interior y critica con desalmada dureza a la Guardia Civil y a la Policía Nacional, es, como poco, un desagradecido desmemoriado, y como mucho, un miserable. Hubo muertos en las alambradas siendo ministro del Interior Pérez Rubalcaba. Disparos de los gendarmes marroquíes. La Guardia Civil en su sitio, protegiendo no sólo la frontera de Melilla o Ceuta con Marruecos, sino de España con Marruecos, y de Europa con Marruecos. Los dieciocho fallecidos en la última avalancha de Melilla no se ahogaron en aguas españolas. No habían llegado a España. Lo hicieron en la parte oriental del espigón, es decir, en Marruecos. Pero ese mismo problema, esa tragedia, ese drama, también lo sufrió Rubalcaba siendo ministro del Interior, y entonces todo fueron elogios a la Guardia Civil, que como siempre, cumplió con su deber y las órdenes recibidas. Aunque algún memo de la Unión Europea lo ignore, España cumple escrupulosamente sus deberes como muro de contención de Europa frente a la inmigración ilegal. En estos momentos acampan en el monte Gurugú casi dos mil subsaharianos perfectamente entrenados para saltar la valla. Y la Guardia Civil no es sólo la fuerza policial española que está obligada a impedir el asalto, sino la fuerza policial europea. Lo ha dicho el presidente de Melilla, Juan José Imbroda: «Si la Guardia Civil no puede actuar en la frontera con material antidisturbios, pongamos azafatas».
Llenaríamos centenares de páginas del formato de este periódico con los resúmenes de las actuaciones de la Guardia Civil y la Policía Nacional rescatando, salvando la vida y ayudando a sobrevivir a decenas de miles de desheredados en las costas y puertos de España.Pero las Fuerzas de Seguridad del Estado no son Oenegés histéricas, buenistas y demagógicas. No se puede estar con la Guardia Civil y la Policía Nacional incondicionalmente siendo ministro del Interior, y dedicarles posteriormente, ya con el poder perdido, toda suerte de desprecios, críticas inaceptables y humillaciones. A los que más duele y hiere devolver al otro lado de la frontera a los inmigrantes ilegales es a la Guardia Civil, que es la encargada de hacerlo ante la gendarmería de Marruecos. Y eso lo sabe, lo conoce y lo ha vivido el mayor mentiroso del Reino de España, el más desmemoriado del Reino de España, y el más cínico del Reino de España. Un antiguo ministro del Interior. Pérez de Rubalcaba.
A Dios gracias, la sugerencia del presidente de Melilla de sustituir a las Fuerzas de Seguridad del Estado por azafatas no la planteó durante los diferentes gobiernos de Zapatero. Le habría tomado la palabra. Quedaría más mono, pero a los dos días tendríamos a Europa arañando nuestras cabezas, culpándonos con razón de abrir las puertas de par en par a una inmigración ilegal multitudinaria, cuyo destino, más aún que España, es Francia, Alemania, Holanda y Bélgica. Y Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y demás estados europeos están siendo defendidos por la denostada Guardia Civil.
El Monte Gurugú se eleva imponente a unos pocos kilómetros del perímetro de Melilla. Antes de alcanzar su falda, está el Barranco del Lobo. La Legión y los Regulares saben mucho de sangre derramada por España y de heroísmo insuperable en esos lugares. Allí, en el Gurugú, dos mil desheredados del África negra esperan su turno y se entrenan para asaltar unas vallas vulnerables
O nadar unos pocos metros y alcanzar la zona occidental del corto espigón. Llegar a España. Y por desgracia, la Guardia Civil y la Policía Nacional tienen el triste deber de impedirlo. Melilla y Ceuta son frontera de Europa. Y hasta ese pequeño detalle se le ha olvidado a Rubalcaba.
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