Alfonso Ussía

Bajos Pirineos

Bajos Pirineos
Bajos Pirineoslarazon

Los de «Sortu», con mucho cuidado y respeto, han pedido un estatuto de autonomía para lo que ellos llaman «Iparralde». Allí son muy pocos. Francia, siempre tan inteligente en su Política –con mayúscu-la–, no ha considerado jamás a los vascos menos franceses que a los bretones o los aquitanos. No existe un departamento vasco. En la bucólica denominación de «Bajos Pirineos» se unen vascos y gascones y demás parentela. A estas alturas de la historia y sus circunstancias, lo que piden los vascofranceses es un simple estatuto de autonomía. Y no se lo van a conceder, porque Francia es inflexible en el concepto de la territorialidad y no admiten las españolas gilipolleces separatistas. Ni en los difusos y no concretos territorios vascos, ni en la Navarra francesa, ni en su Cataluña. De Gaulle cortó por lo sano cualquier intento de industrialización en los enclaves vascos, y gracias a su intuición, hoy Biarritz, San Juan de Luz, Ciboure, Hendaya, Bayona, Hossegor y demás localidades inmediatas, conforman uno de los paraísos turísticos de nuestros vecinos. En España, tampoco se consideró jamás a los vascos menos españoles que los castellanos o los andaluces. Sucede que algunos vascos así lo decidieron, y las nefastas políticas –ahora con minúscula– al respecto y la permisividad acomplejada de nuestros gobernantes permitieron que aquella inicial insignificancia se convirtiera en una amenaza para la unidad de España. No hay que olvidar que en España la izquierda siempre ha sido muy poco española, confundiendo la raíz común de la Patria con sus frustraciones históricas y también acomplejadas. Todavía, a muchos socialistas y comunistas españoles les duele la boca al pronunciar las tres sílabas de España.

Sin Navarra y los territorios enmarcados en su inconcreto «Iparralde», la independencia vasca es imposible. Han crecido en Navarra, y siguen sin existir en el sur de Francia. Una considerable y heroica proporción de vascos ha resistido en España, pero al final la comodidad triunfa. Es mucho más cómodo, hoy en nuestras provincias vascongadas, votar a los nacionalistas o a los separatistas –son la misma cosa, con corbata o no–, que a partidos que defienden la españolidad indiscutible de «Euskalerría». Esa comodidad se advierte también en la manera de hacer política de los socialistas vascos, algunos de ellos como su presidente, íntimo amigo de terroristas y defensor del «diálogo», al que eran muy aficionados también pasados prelados que consideraban que los crímenes de la ETA no eran obstáculos para alcanzar acuerdos políticos. Y ahora nos enteramos de que en su «Iparralde» soñado, espejismo tan bello como la canaria isla de San Borondón, lo que piden cuatro gatos es un «estatuto de autonomía». Eso sí, sin matar, sin secuestrar y sin quebrar la armonía y la libertad de los franceses, porque en Francia con esas cosas no se juega. A las muertes Francia responde con la condena de por vida, y sus leyes no se quiebran con lagrimógenos episodios oncológicos. Allí, el terrorista que ha asesinado a inocentes, se muere en la cárcel. Muy cuidadito, pero en la cárcel.

Tarradellas no entendía el complejo de inferioridad de nuestra política y el pavor que causa la obligación de cumplir la ley. Aquí, lo que obligue el Tribunal Supremo o el Constitucional se lo pasan por las enaguas silvestres los propios representantes del Rey en las autonomías de la eterna queja, y nada pasa. Y resulta cómico que en Francia, en el sur plácido, turístico y bucólico, un grupete de vascos románticos –me gusta la imagen– soliciten del Gobierno francés un estatuto de autonomía. Sólo eso. Y lo más chocante y tragicómico del caso es que no se lo van a conceder. Para que se independicen los nuestros, tendrán que acumular mucha paciencia y dejar que pase un largo período de tiempo. Francia tiene que decidir, y ha decidido que no. Qué diferencia.