Ely del Valle
Balanceando
Recuerdo cómo al principio de esta legislatura algunos de los entonces nuevos ministros reconocían la necesidad de hacer reformas drásticas asumiendo que el Gobierno recién formado iba a quemarse a lo bonzo con ellas. Hoy, cuatro años después, el pronóstico se ha cumplido. Las reformas, tan necesarias que hasta Miguel Sebastián reconoce que tendría que haber sido Zapatero quien las pusiera en marcha, han propiciado que los españoles hayamos salido del agujero, pero han dejado en el ánimo de la clase media tal sensación de tierra quemada que lo último que le quedan son ganas de dar las gracias.
El balance que hizo ayer Rajoy de sus años de gobierno ha sido, como bien le apuntó uno de los presentes en la rueda de prensa, más propio del consejero delegado de una multinacional que de un presidente del Gobierno. Y eso es precisamente lo que han visto muchos de sus votantes a lo largo de este cuatrienio infernal y lo que se ha convertido, paradojas de la vida, en su gran acierto y, al mismo tiempo, en su gran error. Tratando al país como a una gran empresa, este Gobierno ha conseguido sacarlo de un cantado concurso de acreedores, pero al precio de ganarse la misma antipatía que cualquier niño le profesa al médico que le cura la anemia a golpe de aceite de ricino y se olvida de darle de vez en cuando un caramelo para endulzar el trago. Rajoy lo sabe –otra cosa es que lo asuma–, como sabe también que la única manera de renovar votos es insistir en las cifras, a ver si a base de recordarnos cómo ha logrado cuadrar las cuentas del Estado consigue cuadrar las de su partido. El problema está en que es muy difícil conseguir reeditar triunfos pasados con una campaña que suena a excusa cuando lo que venden otros son sueños.
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