Ángela Vallvey
Banderas
El señor José Luis Bonet Ferrer, presidente de Freixenet, asegura que Cataluña es parte esencial de España y va a seguir siéndolo. Lo mismo le manifestaba yo la otra noche a uno de mis amigos catalanes, que ostenta la pasión del independentismo. «Mira», le dije, un poco molesta, «yo amo a Cataluña. Cataluña también es mía. Si os llevarais a Cataluña fuera de España sentiría lo mismo que si me cortaran un brazo. Y, por supuesto, ni me agrada la idea ni voy a darle a nadie facilidades para que me someta a tal amputación». Al igual que el presidente de esa gran empresa de vinos espumosos, creo que Cataluña forma parte de la esencia, de todo lo que es España. Quiero decir que, sin Cataluña, España se vería mutilada, truncada. Por no hablar de lo que ocurriría con Cataluña. Es una verdad universal que sumar siempre es más beneficioso que restar, por eso no entiendo lo que está ocurriendo (o sí, pero no me gusta). A veces pienso que, por intereses espurios de unos cuantos, quieren convertir a «mi» pobre Cataluña en un patio de Monipodio. «Pequeño patio ladrillado, que de puro limpio y aljimifrado parecía que vertía carmín de lo más fino», el escenario de «Rinconete y Cortadillo» de Cervantes, punto de referencia, no precisamente de los patios limpios y brillantes, sino de escándalo. Sobre todo si entre los concurrentes predominan los aficionados a las ganancias rápidas, con fama de no ser exactamente escrupulosos con los modos que utilizan para conseguir sus fines, Cervantes dixit.
A veces pienso que Artur Mas et al. han dibujado una bandera independentista en el suelo, en la hermosa y sagrada tierra catalana, y le han prometido la independencia a todo el que logre desfilar por debajo de ella. (Un descalabro, o sea).
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