Restringido

Baño y Civilización

La Razón
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No les voy a amargar el día. Si tuviera la sensatez de hacer regularmente lo que me conviene, hoy debería escribir sobre la súbita desaparición del drama de los refugiados. No es que no sigan afluyendo a miles o ahogándose, pero ya no se les dedican portadas ni abren los telediarios y sobre ese olvido tendríamos que reflexionar. Podría también disertar sobre la esotérica deriva de Artur Mas y el paradójico espectáculo de la burguesía catalana mendigando la investidura de su jefe nada menos que a las CUP, ese explosivo cóctel hecho con una porción de populismo bolivariano, otro de anarquismo y un toque de comunismo norcoreano. Tampoco les voy a hablar de los decapitadores islámicos o de la sibilina forma en que Putin impone a Obama y sus aliados sus tesis en Oriente Medio.

Para aligerar y aprovechando que estoy recopilando en forma de serial la historia, trucos, vicios y virtudes de los reporteros de guerra, les voy a revelar un secreto, que pone en evidencia la trascendencia de algunas de las cosas de las que disfrutamos a diario, sin darnos cuenta. Me refiero a ese paradigma de la civilización que es el cuarto de baño. Como españoles, pertenecemos al 5% privilegiado de la Humanidad. Y no sólo porque en nuestra sociedad rigen los derechos humanos, hay democracia y no se deja reventar al menesteroso. También, porque habitamos en una zona del planeta donde le das la interruptor y se enciende la luz, giras el grifo y sale agua o tiras de la cadena y todo se va por el alcantarillado. Pero imaginen que son periodistas y les pilla el zafarrancho en Kabul, Bagdad, Grozny o Sarajevo. Todo se inicia con un bombardeo que hace fosfatina las fuentes de energía y los centros de comunicaciones. Lo del teléfono, ahora que hay iPhone 6-S y tarjetas 4G no es un escollo insalvable. Tampoco la electricidad. Ni siquiera el ordenador, porque lo puedes recargar usando el mechero del coche. Lo serio, lo paralizante, lo estremecedor es que deja de fluir el agua y no funciona ni la cisterna del váter. Ahí, el que es pardillo, cuando llega el apretón, usa el inodoro de su habitación y a los tres días comienza a sufrir los efluvios letales. Sometido a ese tipo de intoxicación, no hay quien aguante dos semanas. La alternativa es iniciar una ronda por los cuartos de los colegas, lo que exige cierta maldad, o atesorar periódicos y usar las hojas como recipiente. El paquete se lanza después por la ventana. Y a escribir, que son dos días.