Cristina López Schlichting

Bien temperados

No todo mejora con el tiempo. Los años pueden hacernos estúpidos, cínicos o crueles. Don Felipe era tan independiente de chico, en cierto modo tan esquivo, que el Rey tuvo que pedirle a José Antonio Alcina que declinase su traslado y permaneciese a cargo del niño, que lo prefería claramente a otras personas. El militar le caía bien al Príncipe y juntos observaban las estrellas a través de un telescopio. El chaval había heredado del padre una voz mal colocada y una oratoria lenta. De la madre, la contención del gesto, una expresividad poco efusiva. Hoy no queda nada de aquel Felipe. Cuando me invitó a Zarzuela hablamos una hora de política y se lo sabía todo, me pareció templado, pero simpático; prudente y sin embargo abierto. Tan tolerante que, a propósito de la Monarquía y su futuro, me dijo: «Será lo que los españoles decidan». El Rey no es chistoso, ni muestra la campechanía de Don Juan Carlos, pero se ha hecho cercano y amable, busca agradar. Tampoco es ya tan circunspecto como su madre, a la que conocí en Calcuta, en los funerales de la madre Teresa, y que me hizo unas declaraciones muy sensatas mientras yo contenía la respiración y sudaba frío, impresionada por su alcurnia. El equipo que Don Felipe hace con Doña Letizia ha cambiado también. Al principio se percibía a cada uno por un lado, con un tempo distinto. Ella, rápida como el rayo, se apresuraba en ocasiones con respecto a él. Ahora, la Reina deja campo al Rey, interviene acompañándolo. Es como si se hubiesen afinado dos instrumentos hasta armonizar. Él, más contenido; ella, chispeante. En la dicción, el matrimonio con la periodista ha tenido consecuencias. Don Felipe ha colocado la voz, ya no da tonos agudos, proyecta con fuerza y pronuncia con claridad. Hace las pausas, mira al auditorio, enfatiza cuando ha de hacerlo. Me enternece pensar en la pareja repasando discursos o leyendo juntos. Lo que han conseguido en la oratoria anticipa otros frutos. Soy monárquica por razones históricas y prácticas. Porque España fue la primera nación moderna de Europa desde que los nobles sometiesen sus privilegios a la Corona, 400 años antes de que naciesen Italia o Alemania y 500 antes de que mis padres votasen la Constitución del 78, refrendando la Monarquía parlamentaria. Muchas veces he escrito que me parece práctica esta forma de Estado supra ideológica, que nos facilita sentirnos representados a izquierda y derecha, ateos y creyentes, nacionalistas y mediopensionistas. Ahora, con estos Reyes de mi quinta, soy además monárquica por sintonía.