Alfonso Ussía

Blanca y radiante

La Razón
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No voy a escribir de la manifestación. Fue una gamberrada. A medida del avance del tiempo, el hastío y la sensibilidad me ordenan la búsqueda de la belleza. Pasaba páginas y páginas en pos de ella, cuando de golpe, me topé con su esplendor. Una boda de las de toda la vida de gente bien. Ella, blanca y radiante, muestra irrefutable de la pureza. Lo escribió el sacerdote jesuita Jorge Loring en su exitoso libro «Para Salvarte», que superó el millón de ejemplares en sus diferentes ediciones. Decía el padre Loring que «el blanco del vestido nupcial femenino es el símbolo de la virginidad de la desposada, el reto vencedor de la concupiscencia». Y el novio con chaqué. Un chaqué modernizado dentro de lo que cabe y confeccionado por un sastre de tijeras curvas, como las que se usan para cortar las uñas de los pies. Un chaqué de día, azul de cola corta, combinado con el gris perla del chaleco y los pantalones, zapatos de charol y corbata de «Piccino y Falabarti», de reconocido prestigio en Nápoles. El novio estaba ideal, y ella esplendorosa y feliz. Una boda de las de antes, digna de reseña en los Ecos de Sociedad del decenio de los setenta. En el precioso marco de las Bodegas Riojanas de Cenicero, contrajeron ayer matrimonio por lo civil la bella doctora y dama de la mejor sociedad doña Anna Ruiz y el prestigioso político y hondo pensador, don Alberto Garzón. La ceremonia fue oficiada por el tío del novio, don Ignacio Espinosa, expresidente del Tribunal Superior de Justicia de La Rioja, que no pudo reprimir su emoción en algunos momentos de la ceremonia, y actuó de ayudante el distinguido actor Sergio Peris-Mencheta, que cumplió con su cometido con el natural decoro que le caracteriza. Por desgracia, no pudieron acudir a la ceremonia ni el impactante actor argentino Juan Diego Botto, ni el siempre inspirado cantautor Ismael Serrano, que había compuesto para los novios una dulce y simpática balada. Con el fin de pasar desapercibido, como es costumbre en él, uno de los primeros invitados en llegar al lugar fue Pablo Iglesias, que entró en el local por una puerta lateral para evitar a los reporteros allí reunidos. Terminada la ceremonia, y también por la puerta lateral, abandonó con ágil celeridad el complejo bodeguero acuciado por el tiempo. Tenía cita en Barcelona con el embajador de Qatar, que es muy suyo y no gusta de los retrasos.

Momento de especial emoción lo constituyó el reparto entre los 200 invitados de una cartulina con un bello mensaje de Ernesto Guevara, «El Ché», cuyo texto decía: «Déjenme decirles, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad». Lágrimas y pañuelos amortiguando zollipos por doquier.

Cumplidos los trámites civiles, y lamentando asimismo la ausencia justificada por obligaciones laborales de Gloria Camilla, Belén Esteban, Karmele Merchante, la monja Caram, el tribuno Rufián y la duquesa viuda de Fürstenberg- Aughentaller, los recién casados y sus invitados se trasladaron al cercano municipio de Laguardia (Álava) donde en el reputado restaurante La Huerta Vieja y su frondoso jardín, se sirvió un modesto ágape , que no por modesto y humilde, incumplió con las exigencias de los famélicos invitados. El padre del novio y la madre de la bella novia, compartieron el ajustado almuerzo entre sonrisas picaronas y chascarrillos, e hicieron las delicias del resto de los invitados. También excusaron su asistencia por motivos ajenos a sus deseos, el embajador de Venezuela en España, el Imán de la mezquita de Logroño, la librepensadora Paula Vázquez, Diego Cañamero, el militante vallecano Alfon y el gran dirigente jienense que arrea a los socialistas contundentes trompadas. Los socialistas invitados, respiraron tranquilos al conocer la inasistencia del gran dirigente. Tampoco acudió el juez Baltasar Garzón por hallarse reunido con Federico Mayor Zaragoza.

Terminado el modesto condumio nupcial a 300 euros por invitado, los felices novios abandonaron entre aplausos La Huerta Vieja y se dirigieron a un hotel cercano a cumplir por vez primera con sus derechos y deberes matrimoniales. En los momentos de escribir la presente crónica, ya sin chaqué ni vestido blanco, los novios vuelan hacia un lugar con playas paradisíacas con el fin de encargar su primer bebé.

Esto sí merece la pena. Es un canto a la belleza , el buen gusto y la coherencia ideológica. Lástima de sastre, que no acertó con las hechuras del novio, y se quedó corto en las mangas y la cola del chaqué. Pero ante el amor, ¿acaso importa ese pequeño detalle, esa maculilla imprecisa?

Feliz futuro revolucionario, parejita.