Julián Redondo

Blanco nuclear

Cuando Florentino Pérez selló en 2009 el contrato de Cristiano Ronaldo no fichó a un adonis, ni a un «playboy», por mucho que Paris Hilton se arrimara a este prototipo avanzado de Beckham, sólo que mucho más ilustrado para el terreno de juego que para el marketing, que tampoco lo hace mal. El Madrid contrató a un futbolista excepcional, que se cuida; un portento físico, fuerza de la naturaleza, fabuloso goleador; hoy, icono del club que ni la novelesca llegada de Bale ha ensombrecido. De su rendimiento nadie ha dudado, 204 goles en 203 partidos; molestaron, eso sí, algunos tics que con el tiempo ha ido corrigiendo. Ha madurado y en la efervescencia azulgrana de Neymar y Messi ha renovado. Si su representante no lo impide, será banderín de enganche del madridismo: blanco nuclear hasta 2018. Por la ampliación de un compromiso que se ha hecho de rogar, podría cobrar a partir de este año y durante el lustro cerca de 200 millones de euros brutos. Es su precio.

Al hacer oficial la renovación, dijo que el dinero no es lo más importante, que valoró estar en «un club top», con un proyecto ambicioso y dispuesto a rodearle de los mejores jugadores del mundo. Cristiano se maneja bien ante los medios. Es un fabuloso profesional. Siempre atento a la jugada, prestó atención a su presidente cuando dijo que quería convertirle en el futbolista mejor pagado del mundo. Es ambicioso, y joven, equidistante de un mito como Woody Allen, que dijo en París a mi compañera Laura Seoane: «No soy rico. Nunca he querido serlo. Hace ya muchos años que di instrucciones a mi contable de que no deseaba enriquecerme, sólo tener suficiente dinero para trabajar». Se nota que su contable no es Jorge Mendes.