Reyes Monforte

Borja Aybar

La Razón
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Desde el pasado jueves 12 de octubre, no puedo dejar de pensar en dos personas que ni quisiera conozco. Me refiero a la mujer y al hijo del piloto del Eurofighter, el capitán Borja Aybar, que perdió la vida al estrellarse con su avión cerca de la base de Los Llanos, en Albacete, cuando regresaba de participar en el desfile militar del Día de las Fuerzas Armadas. Ella le esperaba en la misma base, cuentan que con su hijo de cuatro meses en brazos.

Escribía Dostoyevski que cada hombre cuelga de un hilo y que en cualquier minuto el abismo se puede abrir bajo nosotros. Quienes somos incondicionales del escritor, estamos familiarizados con una particular manera de entender la muerte, la pérdida, la decepción, las injusticias y el sufrimiento, y podemos caer en el error de creernos expertos. Tanto como para acuñar aquello de soy un Karamazov porque cuando caigo al abismo, caigo de cabeza, y te advierto que me gusta caer así. Pero por mucho que lo leamos, una y otra vez, no somos conscientes de lo que realmente significa la pérdida y la muerte hasta que el hilo se rompe y el abismo se abre con apetito suficiente para devorarnos.

De hilos y de abismos podría ella hablar, aunque ahora no le dé la voz ni la vida para hacerlo. Nadie sabe cómo se vive en mitad de una pérdida, viendo cómo una columna de humo negro que sube hacia el cielo engulle a tu marido, al padre de tu hijo. No podemos saber qué pasa en ese momento por el cuerpo ni por la cabeza. Te has podido hinchar a leer a Dostoyevski , que es imposible hacerse una idea aproximada. Sigo pensando en esas dos personas, especialmente en ella, porque el bebé guarda la fortuna de no ser consciente de lo que ha perdido, aunque lo sabrá. No sé ni siquiera su nombre, pero me resulta difícil olvidarla.

Mi admirada Margaret Atwood dice algo que resulta tan cierto como el minuto y el abismo de Dostoyevski: al final, todos nos convertimos en historias. Todavía no sé si eso es bueno o es malo; lo que si parece, es verdad.