Sociedad

Borrachos como cubas

La Razón
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Un papel del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de EEUU ha alertado a las autoridades. La muerte está de moda y disminuye la esperanza de vida. Crece el número de fallecidos por cada 100.00 habitantes. Algo inédito, exceptuados los años pétreos del SIDA. La calamidad apunta a los varones, blancos, con estudios básicos. Entre sus enemigos sobresalen las drogas, legales e ilegales, recetadas con fabulosa prodigalidad (EEUU, afirma «The Guardian», consume el 80% de las reservas mundiales de analgésicos duros), y el alcohol, que mata a buen ritmo desde que los indios cambiaron sus bisontes por agua de fuego. También sube el número de suicidios. De confirmarse el acabose en 2016, el país más opulento y desarrollado quedaría lejos del núcleo duro de las grandes economías. Otro estudio, publicado por el «The New York Times» en enero, destacó que los jóvenes blancos de entre 25 y 34 años constituyen la primera generación cuya mortandad ha crecido respecto a la que le precede. No se veía algo igual desde la guerra en Vietnam. Algo similar ocurre con sus mayores. Lo que no lograron los lances estrepitosos de Irak y Afganistán ni la guadaña terrorista lo inventó la fiebre por recetar pastillas, el resplandor oscuro de los opiáceos y el desasosiego ante un futuro en el que algunos parecen ir de sobra. Semejante órdago invita a ponerse lírico. Escribir, por ejemplo, la noche está estrellada y preguntarse, bajo los astros azules, si hay algo más cuando acaba el partido, o si algún día seremos inmortales. De forma más prosaica podríamos hablar sobre la brecha económica, la caída de un imaginario y el silabario de miedos que acecha a la que un día fue la clase trabajadora más envidiada. Hay quien apuesta por mejorar las políticas de salud pública y quien, en clave electoral, ha resuelto invocar todos los exabruptos del diccionario. Pasear muertos funciona a efectos propagandísticos. El auge del tanatorio ha disparado una forma de hacer política entre la jeremiada, la truculencia camp y el despiporre autoritario. Queremos vivir, como es natural, pero no queremos fiarlo a los lentos avances en la ingeniería genética, al desastroso parche del Obamacare o las campañas profilácticas de los sanitarios. De ahí que si alguien, pongamos Trump o Sanders, promete que a partir de mañana volverás a los cincuenta y «American graffiti», la gente abandone la oxicodona. Los candidatos/brujos repiten en las televisiones un discurso digno del tebeo, y hacen bien. Ante la magnitud del desastre solicitamos respuestas de corte mágico. Sortilegios capaces de amortiguar el bamboleo de las incertidumbres. Con lo que el recurso a la farmacopea dialéctica sustituye el antidotario clásico. Se trata de colocarse de otro forma. La sociedad da por buena la parla chamánica, la ganja intelectual y la palabrería fermentada ante la evidencia de que esto sólo tiene arreglo si lo contemplas mediante el periscopio de la ebriedad. Borrachos como cubas, dopados de espejismos revolucionarios, los ciudadanos votarán en noviembre. La resaca será morrocotuda.