Julián Redondo
Brasileños
Estadios modernos, algunos de los cuales huelen todavía a pintura fresca; graderíos rebosantes, éxito de público; miles y miles de camisetas «amarelhas»; infinitamente más rostros pálidos que pardos o negros, según las múltiples imágenes televisivas, y una antipatía general que choca con la historia futbolística de la «canarinha». Ciudadanos de Curitiba despidieron a España con gritos de ¡fuera, fuera!, después de ponerlos en el mapa y de pagar la consumición. Al equipo español no dejaron de pitarle en los tres partidos que disputó. ¡Tanto le temían...! Pero más allá de la inquina, demostró la torcida brasileña su malísima educación mientras sonaba el himno de rivales como Chile. Por estas cuestiones domésticas, porque su selección no juega un pimiento, porque cada vez que habla Scolari sube el metro de Sao Paulo, porque se queja de los árbitros que, como suele ocurrir en estos acontecimientos, siempre soplan a favor del anfitrión, y porque de la gloria de Garrincha, Pelé, Tostao, Gerson, Sócrates o Ronaldo apenas quedan bustos, y detalles de Neymar, el paladeador de fútbol está dejando de ser de Brasil. Ni gusta ni tiene gracia. Y son otros equipos quienes ocupan el corazón del aficionado neutral. Ilusiona, por ejemplo, el impacto de Colombia que, por otra parte, pone de relieve alguno de los defectos seculares de este deporte. Han bastado cuatro partidos para descubrir figuras que arruinan el oficio de los ojeadores, e inaugurar esa jubilación exprés y anticipada que muchos empresarios y millones de trabajadores firmarían en un decir amén. De repente, James Rodríguez, «descubierto» por el Mónaco en el Oporto, con ayuda del todopoderoso y omnipresente Jorge Mendes, ha entrado en el plano de Messi y Neymar. Es de la edad de «Ney» (22), un lustro más joven que Leo, juega desde hace cuatro años en Europa... pero ha metido cinco goles, uno maravilloso a Uruguay, y los grandes clubes echan cuentas. ¡Ahora, no hace una semana! Se sabe incluso que su equipo le debe el 50% de la ficha, un motivo más para espabilar a la clientela. Y no es brasileño.
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