Alfonso Ussía
Buitres
En España, matar sale a muy buen precio. Un terrorista con veinte asesinados a sus espaldas, paga –como mucho–, un año de prisión por cada víctima. Ahí tienen a De Juana Chaos y «Ternera» como pruebas irrefutables del saldo penal. Pero mucho cuidado con hacer daño a un buitre. Cadena perpetua. La excusa es que Europa es la que legisla la inmunidad de los buitres. Y es lógico su desconcierto. Se puede recorrer de norte a sur y de este a oeste Bélgica, el país llano –«Le Plat Pays»–, sin descubrir en lo alto el vuelo de un buitre. Negro o leonado. No hay buitres en Bélgica, y tampoco en Holanda. Escasos en el Reino Unido. El buitre no está en peligro de extinción en Bélgica, entre otros motivos, porque un buitre en Bélgica tiene muy poco porvenir. Se establece la prohibición con un bolígrafo. El lobo, cuyas manadas han superado en España la cifra de 1.500, puede ser abatido con su permiso correspondiente del Duero al norte, y jamás del Duero al sur. El lobo es el protagonista del eterno debate. Se trata de un animal majestuoso, impresionante y desmedido. Pero que le digan a un ganadero o un pastor de Ávila, Segovia, el sur de Soria, y de la sierra de Madrid, que el lobo es majestuoso. Para ellos, el lobo es una ruina. Y ya en Guadarrama y Somosierra el lobo ha recuperado sus viejos territorios. Matar a un lobo, para quienes amamos la vida y la naturaleza, es una tragedia. Para quienes viven de su ganado, es una necesidad. Pero un lobo o un buitre muertos conllevan una pena de cárcel mayor que un niño destrozado por un coche-bomba terrorista.
En España, los buitres abundan en todos sus cielos. Dos semanas atrás asistí a un espectáculo maravilloso, que sólo puede venir de la libertad de la naturaleza. En una loma pelada de Sierra Morena descansaba un regimiento de buitres. Los había negros y leonados, más de los segundos. Conté más de cuatrocientos. –Si hay quinientos en esta pequeñísima parte de Sierra Morena, figúrese el número de buitres en toda la sierra–, me comentó un guarda mayor que se conoce la Sierra romántica como la palma de la mano. Y en las sierras de Córdoba y Sevilla, y en los Montes de Toledo, y en Gredos, y en los cortados de la Alta Castilla, donde un buitre volando, como en los dibujos del magistral «Barca», siempre forma parte del paisaje. El buitre es carroñero, pero ha cambiado sus costumbres por su densidad y competencia. Ahora se atreven con el ganado vivo, y se han registrado ataques a personas. En Sejos, en la reserva natural del Saja, asistí a un cuadro que sólo se pintaba en África. Centenares de buitres con las alas abiertas, haciendo la agradable digestión de una comilona ante los esqueletos de dos reses devoradas. –Eran potrillos–, me apuntó el guarda.
Me figuro que los de PACMA me dirán de todo. Pero la naturaleza precisa de un equilibrio que no se está dando en el buitre y el lobo. También el zorro, el más inteligente y dañino de nuestros depredadores, es intocable en algunos territorios autonómicos. En Asturias estaba prohibido cazar al lobo y en Cantabria permitido. Ahora es al revés. Asturias concede contadísimos permisos y Cantabria prohíbe su caza porque el voto de Podemos que sostiene al Gobierno de Revilla es más importante que los bienes de los ganaderos.
Creo que son los Gobiernos de cada nación europea los responsables de establecer las leyes de preservación de sus propios espacios naturales. De preservación, respeto y equilibrio. El lobo de Lerma es el mismo que el lobo de Sepúlveda o Riaza. Nada más maravilloso que toparse con un lobo en el campo. Es la leyenda viva, el prodigio que siempre emociona. Pero hay que atender también, y con rapidez, a quienes perjudica económicamente su presencia. Otra cosa es el buitre. En unos años, cada familia española estará obligada a compartir el desayuno, la comida y la cena con un buitre negro o leonado. Me quedo con los primeros, que tienen aspecto de ser más cuidadosos con las formas y el uso de los cubiertos.
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