Reyes Monforte
Burkinis y derivados
Reconocía el escritor albanés Ismail Kadaré que no llegó a la literatura desde la libertad, sino a la libertad desde la literatura. Con la dignidad y la verdad sucede lo mismo: es desde la libertad como se accede a ellas. Cuestión de matices.
El burka y sus derivados no son un símbolo religioso ni cultural. Son un símbolo de la empanada mental de algunos hombres que han llevado la religión al fanatismo más absurdo e irreal, alejado de toda creencia dogmática. Insistir en lo contrario, enarbolando demagógicamente el estandarte de diversidad cultural y religiosa, es hacerle el caldo gordo a los fundamentalistas, que todavía están buscando en el Corán dónde se explica el uso del burka. Clama al cielo la hipocresía de algunos – particularmente hiriente la de algunas feministas– alzando la voz hasta la afonía en aras de la libertad de la mujer para usar el burka, el niqab, el burkini, etc... Es curioso que hablen de una prenda que asfixia, oculta y anula a la mujer como un icono de emancipación cuando en sus países de origen, donde en realidad radica el problema, es una alegoría de opresión, tanto física como mental. Los talibanes asesinan a las mujeres que salen de casa sin el burka, las golpean, las entierran hasta la cintura y las lapidan hasta la muerte. Y todo en aras de su libertad, la de ellos. Las quieren cubiertas para no provocar los instintos más básicos de los hombres, el mismo motivo por el que las obligan a llevar calzado de suelo de goma, para que las pisadas no les exciten. Que les expliquen a ellas que el sudario femenino, más conocido como burka, es un símbolo libertario, poco menos que una reivindicación feminista. Que sigan diciendo algunas mujeres musulmanas asentadas en Occidente, donde se respetan los derechos de las personas independientemente de su género, que visten como visten porque les da la gana, obviando el ultraje que sus palabras representan para las musulmanas cuya única libertad es la coacción y subordinación impuesta por los hombres de su entorno. Quizá algún día consigamos no confundir las cosas, y que palabras como derecho y libertad dejen de ser prostituidas según convenga a los intereses de un colectivo.
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