Artistas
Caballé, genio y figura
Ayer cumplió ochenta años. Grande entre las grandes de la historia del canto. Penúltima, si no última, entre las últimas divas. Voz potente de increíble dulzura. La más bella que he escuchado. Pianos y filados de quitar el hipo. Técnica prodigiosa en su naturalidad. Personalidad inconfundible. Cincuenta años en los que ha abordado la friolera de más de cien papeles en más de cuatro mil actuaciones. La comparación con las seiscientas de la Callas en veinte años o las mil ochocientas de la Sutherland en cuarenta, alumbra mejor su versatilidad y resistencia. De su calidad qué se puede contar. Les recomiendo se hagan con un CD en el que canta lieder de Strauss, otro con la escena final de «Salomé» dirigida por Bernstein, el «Don Carlo», la «Norma» y, a ser posible, un pirateo de «María Stuarda» o «Roberto Devereaux». Incluso bastaría con el precioso álbum «The Diva» editado estos días. Oirán y comprenderán. Sería absurdo pretender escribir en cuatrocientas palabras todo lo que significa. Todo eso y más es Caballé. También genio y figura.
De ahí que mi pequeño homenaje, al filo de la actualidad de los Tardá y compañía, sea una simple anécdota que deja constancia de una firmeza que ya nos gustaría que existiese en otros lares. Tablas e inteligencia de una mujer que sabe colocar a cada uno en su sitio con un susurro y maneras exquisitas. Hace aún no muchos años, tras un concierto en el Real en el que deslumbró con la «Canción del sauce» asistí a una breve conversación. La soprano había sido contratada por Andersen Consulting para un acto privado y se dirigió al auditorio en español e inglés para anunciar las propinas. Uno de esos impresentables que siempre suelen aparecer le preguntó en catalán, mientras ella departía con unos jóvenes admiradores, por qué había hablado en inglés. Ella respondió, también en catalán, que le parecía lógico puesto que suponía que en Anderson Consulting había muchos extranjeros. El impresentable corrigió «Andersen y no Anderson». Ella, con un susurro, se excusó «Perdón, tiene usted toda la razón, Andersen». A continuación se dirigió a los dos jóvenes para decir en español: «¿Entienden ustedes catalán? Disculpen, pero es que los catalanes a veces somos muy mal educados y hablamos entre nosotros sin tener consideración a los demás que nos rodean». Con elegancia exquisita había dejado en su sitio a un impresentable.
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