Alfonso Merlos

Cacao separatista

La imagen es claramente la del camarote de los hermanos Marx. Propuesta va, propuesta viene, una amenaza por aquí, un ultimátum por allá. Una cosa es evidente: la legislatura en Cataluña va a terminar como el rosario de la aurora. Se ha malversado el tiempo y el dinero, del principio al inminente fin (con el escenario de elecciones anticipadas) ha sido el puro y patético espectáculo del sectarismo, el tacticismo, la guerra por ver quién –CiU o Esquerra– sacaba la estelada de mayores dimensiones. Un completo bochorno. Y ahí estamos. Han llegado unos y otros al fin del callejón. Principalmente por los clamorosos y reiterados errores de Mas, que se ha visto obligado a poner entre la espada y la pared a Junqueras y sus cachorros para desatascar lo indesatascable, un proceso sin futuro ya desde hace un par de meses, en vía muerta, en la cuneta. Pero una cosa es que los soberanistas de izquierda (incluida la extrema) hayan cedido parcialmente a los designios del molt honorable y otra que sobre la batalla por las listas («unidad frente a transversalidad», ¡lo que hay que oír) se haya dicho la última palabra.

Todo es tan esperpéntico y todo atenta de modo tan flagrante contra los intereses de los ciudadanos de infantería, está siendo tal el grado de acorralamiento del teórico presidente de todos los catalanes que hasta ha tenido que recurrir a la descalificación de sus socios, que dentro de cuatro días le tienen que ayudar a sacar adelante los presupuestos para que evitar el colapso. Ahora resulta que ERC es un simple partido regionalista, autonomista, que no muestra excesiva pasión por separarse de España. ¡Hasta dónde hemos llegado! Unos y otros han perdido los papeles. Y todavía hay margen para que se pierdan con las listas. Al tiempo.