Nueva York

Calatrava, el hijo pródigo devorado

Es cierto que en los últimos tiempos Santiago Calatrava se movía con una numerosa comitiva de colaboradores, políticos locales y algún embajador dedicado a arreglarle entuertos o conseguir negocios en el mundo, que ese era, y sigue siendo, su ámbito de trabajo, su gran solar. Es lógico: ha construido prácticamente por toda la geografía española, europea, americana y asiática. Se le criticó que levantase el mismo puente para el mismo río y la misma estructura para un palacio de congresos o de ópera, sea por encargo socialista o popular. Eso es hacer patria. Lo mismo decían de la paloma de Picasso o de Lola Flores, que siempre movía igual la bata de cola, pero cómo la movía... Todos querían una obra suya. Ahora ha caído en desgracia y valdría la pena que se estudiase este derrumbe en los colegios como ejemplo de cómo España devora a sus hijos: primero se les amamanta y luego se les desteta acusándoles de aprovecharse de la generosidad de la nodriza. Cuando en 2003 consiguió el proyecto del intercambiador de World Trade Center de Nueva York, dijo de él que era como «un ave liberada por las manos de un niño». Y así lo publicamos, también quien suscribe, pero no la prensa neoyorquina, que prefirió hablar de que su presupuesto era de 4.000 millones de dólares, el doble del inicial. Hacer volar una paloma de 11.000 toneladas de acero es realmente costoso, pero nos gusta tanto la poesía... Hace ya un año que Calatrava cerró su estudio de Valencia y centró sus negocios planetarios en Zúrich. Nos abandonó el hijo pródigo, y con él, todos los arquitectos llegados del mundo entero como brigaditas internacionales, que han dejado su impronta en España, con más o menos fortuna, dispuestos a dotar a nuestras ciudades de edificios «singulares» y, en tanto que tales, sin límite presupuestario. Ya no tenemos arquitectos, una profesión arrasada, pero tenemos cocineros, chefs. También caerán.