Historia

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Cambalache

La Razón
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Enrique Santos Discépolo fue un filósofo del tango que compuso «Cambalache» en 1935 desconociendo que los detritus del siglo XX, problemático y febril, excretarían este sur de Europa hasta nuestros días. Hoy levantarte de la cama es ominoso en política, economía, parlamentarismo, administración de justicia, territorialidad histórica, demagogia analfabeta y hasta en la banal y grosera espuma social. Chusma, gentuza, lumpen, villanos y cucañistas nos ilustran sobre quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, habiendo caído las élites en autismo o deserción. Adquiere surrealista vigencia el dictamen de Ortega: «Lo que nos pasa a los españoles es que no sabemos lo que nos pasa; y eso es lo que nos pasa». No somos especímenes más distintos a otros más sensatos, ni estamos solos en la decadencia, pero la biografía de esta sociedad es sospechosa al menos desde la familia de Carlos IV y, quizá, erráramos heroicamente el dos de mayo, motejando de «Pepe Botella» a un Bonaparte abstemio y constitucionalista, gritando el bárbaro «¡Vivan las caénas!», preludio del «Lejos de nosotros la funesta manía de pensar» del Rey felón, mientras los liberales eran fusilados o se exiliaban en Londres. El estrambote fue un rimero de guerras civiles de la que solo queremos recordar la última. La levadura es buena pero la sobrenada una gavilla de malvivientes satisfechos de sus prontuarios policiales y judiciales, y ya se sabe que los peces se pudren por la cabeza. No es casualidad que el chavismo, las monarquías comunistas o las teocracias, despierten tan inusitado interés entre los rastacueros de buen vivir que aspiran a la conquista del Estado, desmayo mental solo explicable por la ruina del sistema educativo. Aunque lo parezca no va a desaparecer la nación más vieja de Europa, al menos desde que las Cortes reconocieron a Carlos I, ni van a sumir a los españoles en el fracaso empírico del socialismo real, frente popular o paella valenciana. Estamos pagando desafueros seculares y este cambalache será fiebre terciana. Ahora conmemoramos a Cervantes y mejor haríamos leyéndolo, aunque tengamos el pudor o la ignorancia de velar que no fue tan bizarro en Lepanto como se revistió, en Argel medió rehenes con la morisma, como recaudador de tributos quedose con ellos penando en mazmorras, y rufián que a puerta de casa se entreveró en un asesinato impune por mancebas. Lo del valleinclanesco marqués de Bradomín en la mejor Sonata: «España y yo somos así, señora».