Francisco Marhuenda
Campaña de acoso y derribo
Hace mucho tiempo que existe una campaña de acoso y derribo contra Rodrigo Rato. Y es, sin lugar a dudas, inmisericorde. Mientras en otros casos vemos que no se toman medidas cautelares, se actúa con menos celeridad y contundencia e incluso los acusados acuden sonrientes a declarar ante el juez como si fueran al cine o al teatro, con Rato se ha desatado toda la furia del Olimpo o del Tártaro. No sé cuál de las dos iras es más temible. Lo han enviado al inframundo sin que medie ninguna condena previa. No sé si ha cometido o no algún tipo de delito, falta o error. A estas alturas sabemos que lo están investigando y dicen que hay indicios, pero no importa porque ya se le ha aplicado la pena del telediario. Es verdad que todos deberíamos ser iguales ante la Ley, pero lo que ha sucedido demuestra que algunos lo son menos en un sentido negativo e inquietante. La decisión excéntrica de enviar a los agentes de Vigilancia Aduanera, cuando lo lógico es que fuera la Policía, es una muestra de que es un tema bastante oscuro.
Todo indica que alguien decidió filtrar la noticia para que se publicara en los medios de comunicación y conseguir la destrucción final de Rato. Primero fue Bankia, donde se decidió dejarle caer y además permitir un relato en el que aparece como el responsable de la crisis cuando realmente fue su antecesor, Miguel Blesa. No tuvo la opción de nombrar un consejero delegado y mucho menos de recibir las ayudas que necesitaba la entidad. El tiemplo ha demostrado que el saneamiento era posible y las perspectivas son excelentes.
A partir de ese momento comenzó un calvario que ha servido para ir destrozando su imagen de forma tan eficaz como implacable. La filtración de los extractos de las «tarjetas black» fue demoledora tanto para él como para el resto de consejeros y directivos. No importaba la protección de datos o el derecho a la intimidad, el honor o la imagen. Una vez más las filtraciones iban por delante para cumplir un propósito esencial donde Rato estaba, por supuesto, en la diana. El colofón final fue el espectáculo de su detención, que ha servido, además, para reventar la campaña electoral del PP para las municipales y autonómicas. El propio gesto de un agente de Vigilancia Aduanera empujando la cabeza del ex vicepresidente del Gobierno servía para certificar el ocaso de quien fue una de las figuras políticas españolas más importantes de los últimos años. El que fue el poderoso director gerente del FMI y regresó a España para asumir responsabilidades empresariales y bancarias importantes se convertía en un apestado político al que se podía apalear de forma inmisericorde. Muchos de los que le habían hecho la pelota se encargaban ahora de masacrarlo.
Es una caída realmente impactante, porque fue muy poderoso. Estamos en los primeros pasos de un proceso en el que desconozco si se demostrará algún tipo de delito. Hay que respetar los trámites y que la Justicia actúe, aunque me gustaría que tanto fervor y celeridad se aplicara en todos los casos. En cualquier caso estamos ante un tema personal. Hace muchos años que no ocupa ninguna responsabilidad política. Es cierto que la oposición está aprovechando la oportunidad para atacar a Rajoy, porque nos encontramos a pocos días de unas elecciones autonómicas y municipales que son decisivas. La campaña está rota y el PP tiene un grave problema porque Rato será el protagonista aunque estaba alejado de la política.
Es curioso que la crisis se haya desatado, precisamente, en estos momentos y es evidente que quien filtró la investigación sabía que perjudicaba gravemente a Rajoy. No es una casualidad, porque era evidente que iba a obligar a que la Agencia Tributaria y el Sepblac aceleraran sus actuaciones. Al salir en los medios de comunicación se podía forzar la actuación de la Fiscalía solicitando la orden al juez y la imagen de la detención del ex vicepresidente. No consiguieron que ingresara en prisión. Hubiera sido un enorme despropósito, pero sí lograron romper la campaña del PP y destruir a Rato. El objetivo se consiguió con gran éxito. Hasta las elecciones no sabremos el alcance del daño provocado, pero me temo que será grande.
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