Julián Redondo
Cáncer
Sólo 24 horas después de que Abidal, transplantado de hígado por un tumor, recibiera el alta para volver a ejercer su profesión, a Tito Vilanova le decían los médicos que había sufrido una recaída, que el cáncer de la glándula parótida, del que fue operado el 22 de noviembre de 2011, se le había reproducido. Cáncer: «Tumor maligno originado por el desarrollo anormal e incontrolado de ciertas células que invaden y destruyen los tejidos orgánicos» (RAE).
Hay definición para el cáncer, pero es una enfermedad indefinida, que nunca se acaba. Una vez combatida y, cada vez más a menudo, vencida, las revisiones periódicas, sin llegar a ser traumáticas, suponen un reencuentro del enfermo con el enemigo. No hay respiro hasta que el especialista te mira a los ojos y te propone una nueva cita: «Todo está bien. Nos vemos el año próximo». Es preciso enfrentarse al pasado cada doce meses, en algunos casos, cada seis. Es ley de vida, de la vida que la ciencia nos alarga.
Tito acudió el martes al chequeo existencial. Unos meses antes, en junio, los doctores no pusieron reparo alguno para que ocupara la vacante de Guardiola. Estaba curado. Estaba. Ha vuelto a enfermar; de nuevo la pesadilla; otra vez el sufrimiento, que nunca deseó para él, de Carlota y Adrià, sus hijos, su desvelo. Había superado con sobresaliente, matrícula y diploma la sucesión. En el campo convenció a los incrédulos. El mejor arranque de Liga en la historia, 15 triunfos y un empate en 16 partidos. Números astronómicos... Números, al fin y al cabo. Sólo cabe pensar que si en una ocasión Tito venció al cáncer, no hay que descartar una segunda victoria, más importante y trascendental que esa Liga que se ensombrece.
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