Enrique López
Canción de Navidad
Ayer celebramos la Navidad Cristiana, un día plagado de buenos sentimientos entre los que destaca la solidaridad. El Rey, nuestro jefe de Estado, siguiendo la tradición de su padre, nos ha brindado un magnífico discurso de Nochebuena, que lo sitúa donde está, en la centralidad y cúspide del Estado, símbolo de su unidad y permanencia; y precisamente eso es lo que desean la inmensa mayoría de españoles, unidad y permanencia, permanencia de un sistema político que nos garantiza paz y prosperidad, lo que más nos deseamos por estas fechas. El anhelo de paz es esencial al ser humano, pero a veces se encuentra muy alejado de su propia naturaleza, puesto que la paz no existe si no hay justicia. La justicia significa que los derechos de todos son respetados, que todos son considerados iguales en dignidad, que nadie es marginado ni discriminado por sus ideas, religión, raza, color de la piel, situación económica, o situación sexual. Hay justicia cuando todos tienen igualdad de oportunidades y pueden ser satisfechos en sus necesidades básicas de salud, vivienda, educación y trabajo. En España hace muchos años que hemos alcanzado un estado del bienestar, que, no siendo óptimo, resulta de los mejores de nuestro entorno, y ello, gracias al esfuerzo de muchos, y sobre todo de varias generaciones que lo dieron todo para que en la actualidad podamos disfrutar de este entorno. Esta afirmación no puede generar indolencia ni condescendencia con la situación actual, muy al contrario, debe animar a seguir luchando para remover los obstáculos que impiden la igualdad real entre todos. Pero lo que resulta injusto y grotesco es la distorsión de la realidad, presentar a España como un país con fuertes desigualdades y sin falta de oportunidades, así como un sistema que violenta los derechos fundamentales, es inaceptable. Cuando el lenguaje se vuelve hiperbólico y todo se aumenta, se agranda y se exagera se corre el riesgo de caer en la más pura y grotesca de las demagogias, y como consecuencia de ello, se produce un apartamiento de la realidad que lleva al error en su tratamiento, además de provocar enfrenta-mientos dialécticos inútiles y fútiles. Algunos se presentan como los campeones en la defensa de los derechos fundamentales y en el ejercicio de la solidaridad, excluyendo de tales cometidos a aquellos que no piensan como ellos. Una sociedad moderna debe apostar por la generación de mayor riqueza, reforzando los mecanismos de reparto que sean racionales y eficaces; pero a la vez no se deben desincentivar el trabajo, el esfuerzo y el riesgo, como buenos métodos de obtención de riqueza. Uno de los mayores ejercicios de solidaridad es el cumplimento de las obligaciones fiscales, y los que cumplimos con las mismas, nos sentimos solidarios porque estamos contribuyendo al levantamiento de las cargas del Estado en el desarrollo de sus potestades, singularmente las prestacionales. No hay mejor pegatina en una camiseta que el estampillado de la Hacienda Pública. ¡Que no nos engañen los falsos profetas de la solidaridad! Estamos en Navidad, y como decía Charles Dickens: «Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año».
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