Joaquín Marco
Cantar en coro
Juan de Mairena, el poeta que se inventó Antonio Machado, defendía una lírica que pudiera cantarse en coro. Desde luego no es lo mismo el solista y sus principios que el coro y los suyos. Y esto es válido no sólo para el arte del canto, sino para muchos órdenes de la vida. El solitario se pierde en sí mismo. Por ello los partidos políticos buscan el apoyo de los compañeros. Con ellos se crecen y la melodía parece más fiable. La participación insufla ánimos según pudimos observar el pasado fin de semana. La Conferencia Política celebrada en el Palacio de Congresos madrileño se reconoció en la expresión «el PSOE ha vuelto», fórmula equívoca, porque, aunque con una presencia menos destacada, nunca estuvo ausente de la vida española. Ahora sabemos que andaba preparando este cónclave de 1.798 propuestas que se resolvieron en un «tour de force» de fin de semana. Se le ha reprochado ya que no fue exactamente un programa, sino un listado de buenas intenciones que a algunos han de parecerles pérfidas. Pero Alfredo Pérez Rubalcaba se dejó la voz arengando con harto entusiasmo a los suyos. No estaba en cuestión su actual liderazgo. Estos casi dos años de travesía del desierto no los hubieran soportado otros menos sufridos. Porque el rodillo del PP, con su ganada mayoría absoluta, está dando la espalda a cuantas sugerencias no salen de sus propias filas. Está en su derecho, aunque la ciudadanía no vería con malos ojos un mayor entendimiento entre ambas formaciones y otras del resto de la Cámara en cuestiones muy puntuales, como, por ejemplo, la discutida ley de Educación.
Salvo algunas cuestiones puntuales los discursos servían para esto y aquello. Por ejemplo, «los ciudadanos tienen derecho a saber qué defendemos y con qué causas nos alineamos. Con qué estamos y con qué no estamos». Tal afirmación podría suscribirla cualquier partido del color que fuera, incluso alguna formación en germen. Se habló de que las nuevas propuestas teñían la formación de rojo y de verde y de morado. Este arcoíris irá concretándose poco a poco a medida que surjan nuevos rostros y se aproximen las elecciones. El votante del PSOE, aunque sin duda admitiría la convivencia con IU, no siempre fructífera, tiene su mayor caudal de votos en una clase media que se viene abajo y en los círculos intelectuales que pretenden pasar por revolucionarios, aunque menos. No cabe duda de que tenían que diferenciarse de los dos últimos años del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, porque la intervención de la derecha europea puso patas arriba la hoja de ruta –si la había– del PSOE de entonces, como le sucedió al PP respecto a su programa electoral. Las buenas intenciones chocan frontalmente con los designios de la Unión Europea, empeñada en salvarnos de nuestros anteriores pecados. Los propósitos pueden ser intachables, pero la realidad es mucho más dura. Se dijo y se repitió que se pretendía con ello volver a los orígenes. Pero ¿a cuáles? Quizá a los que propugnó Pablo Iglesias cuando fundó el partido en un lejano 2 de mayo de 1879 o los acuerdos y desacuerdos que se produjeron en el congreso de Suresnes (1974), de donde surgieron Felipe González, Pablo Castellano y Alfonso Guerra. Tal vez haya que recurrir al de septiembre de 1979. Sea como fuere, los orígenes de la socialdemocracia están en Alemania y sus actuales responsables se encuentran enfrascados en unas largas negociaciones con el partido de Angela Merkel. No tardará en llegar el alumbramiento de una nueva coalición.
Entre tanto, François Hollande observa cómo disminuye su popularidad mientras le crece la extrema derecha, que se atreve a abuchearle en la calle no sin posteriores polémicas. Se ha dicho, incluso desde el PP, que era conveniente para España un PSOE fuerte y unido. Quedó en el tintero la relación con el PSC, pero Pere Navarro fue aplaudido hasta la emoción. Pese a su discutido y discutible «derecho a decidir», su fraternidad con el PSOE parece ya fuera de duda. La estructura federal del Estado es una propuesta que no parece cuestión de hoy mismo, pero merecería mayor atención por parte de unos y otros. El problema del PSOE en esta Conferencia no ha sido el entusiasmo de unos convencidos, sino que las bases que aún resisten en su seno, se contagien. Es en la calle, en las asociaciones, en los movimientos populares, donde han de percibirse los nuevos modelos. Mientras subsista la corrupción y no se emprendan medidas eficaces contra ella, cuando se espere a que sea la justicia la que actúe no valen los propósitos de enmienda. Cuando la población observe que no se trata de luchar por el poder, sino que se trabaja para mejorar la vida de los ciudadanos, si se pretende recuperar el viejo ideal del Estado del Bienestar, si se lucha eficazmente contra el paro, tal vez se acerque a las urnas con menos reparo. Es verdad que el PP y el PSOE no son iguales, aunque en ocasiones se parezcan. En todo caso se habló en los periódicos de política y no del paro y de la crisis. Todos sabemos que constituye el telón de fondo y que sin esta situación los partidos se moverían, tal vez, en otras direcciones. Pero hay lo que hay. Que siga Pérez Rubalcaba, que pilotará la nave hasta la extenuación, parece más que dudoso, y más aún que se presente a unas primarias ya definitivamente establecidas. Pero la política tiene también mucho de azar y el tiempo apuesta siempre por quienes saben descubrir su oportunidad.
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