Ángela Vallvey
Capitán
El capitán es cabeza visible, el fin que se asoma al medio y hace posible la travesía, un pedazo de tierra en mitad del mar –hablamos del capitán de un barco–, el hombre fuerte gracias al cual tanto la tripulación como los viajeros recuerdan que la ley existe, que la civilización y sus normas ayudan a la humanidad a vencer los obstáculos, que incluso a la merced de un vasto universo desalmado y oscuro el ser humano puede iluminar su camino gracias a su fuerza de voluntad, a su capacidad de contar las estrellas y servirse de ellas como si fuesen faroles. La palabra «capitán» tiene resonancias heroicas, mágicas: suena a grandeza, a cielo abierto, a aventura en latitudes remotas, a cúmulo de profundas verdades al pairo del océano como un grumo de plancton que alimenta los sueños de los peces y los dioses submarinos. El capitán es el dueño del barco, el magister de las aguas, el señor absoluto de las olas y los vientos. A un capitán, los niños y las personas de buena voluntad siempre le atribuyen una autoridad de esas sencillas e incorruptibles que logran que el resto de las personas que visten uniforme parezcan confiables, valientes, resueltas.
En 2012, una maniobra del capitán del barco crucero «Costa Concordia» que sólo puede calificarse de temeraria e idiota provocó un accidente trágico. El capitán engañó al comandante del puerto diciéndole que había dejado la nave el último, pero mintió: incluso las ratas se dieron menos prisa que él en largarse. Estos días, el capitán del buque surcoreano Sewol, también ha salido corriendo como un roedor con hidrofobia, desamparando al navío, dejando a su suerte a la pobre gente.
¿Qué está pasando en el mundo cuando los capitanes abandonan sus naves los primeros, en vez de los últimos...?
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