Ángela Vallvey

Cárcel

La Razón
La RazónLa Razón

Que no me confundan y parezca que defiendo conductas delictivas y éticamente reprobables –porque no lo hago–, pero creo necesario decir que vivimos tiempos desmesurados, atrabiliarios, amorales. Asunto: las condenas de cárcel. España ha sido históricamente golpeada por la violencia; en el pasado, tras una guerra civil y una dictadura, el terrorismo clavó sus sangrientas uñas en el corazón de la sociedad, y las personas decentes que construían el país cada día, necesitaban una reparación por tantos crímenes. En los años «de plomo», a los terroristas se les imponían condenas de miles de años de cárcel que nunca podrían cumplir. Esas sentencias «calmaban» a la opinión pública, ansiosa de reparación, de justicia. El código penal ya no propicia la carga –más que punitiva, simplemente filológica–, de miles de años de cárcel para delitos que escandalizan a la sociedad. Y, además, se ha producido un cambio en el paradigma: los terrores del inconsciente colectivo ahora no tienen tanto que ver con delitos de sangre como con infracciones económicas. Porque el terrorismo «parece» que no lastima como antaño, pero sí lo hace la recesión, el paro, la escasez..., la dificultad para salir adelante. Y el legislador, y el poder judicial, semejan coordinarse para ofrecer un vano consuelo a la sociedad aplicando tremendas penas de cárcel por delitos económicos, mientras que los de sangre son, en general, cada vez menos castigados. De manera que, por un delito de corrupción, verbigracia, un juez puede adjudicar una condena de 15 años de cárcel, mientras que asesinar y descuartizar a una familia entera es posible que conlleve para el criminal... ¡muchos menos años de prisión efectiva! La desproporción entre las condenas por delitos económicos y las impuestas por delitos contra la vida de inocentes, resulta inquietante. ¿Es peor, según la ley, llevarse unos cuantos millones de euros, en comisiones ilegítimas y truhanas, que asesinar con crueldad y ensañamiento a varias personas...? Esto es lo que se desprende de casos como el de Urdangarín comparados con los de asesinos espantosos en horrendos incidentes que, por cierto, son noticia demasiado a menudo. La mayoría de ciudadanos, por fortuna, no conoce una cárcel por dentro. Los jueces, sí. O deberían. La cárcel rehabilita difícilmente, aunque ésa sea su principal función. Aleja de la sociedad al delincuente. En vez de tantos años de cárcel para los delitos económicos, ¿no sería más conveniente multar, inhabilitar y exigir la devolución del dinero...?