Alfonso Ussía

Carlitines

La Razón
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La sección de Cultura de LA RAZÓN se supera día tras día. Es un ejemplo de sabiduría, ecuanimidad y trabajo. Este domingo nos ha sorprendido con un hallazgo. Las cartas de amor de Vicente Aleixandre a Carlos Bousoño, su «Carlitines». Una excepcional exclusiva que firma Víctor Fernández. Años atrás aparecieron las cartas de amor de Pérez Galdós y Rosalía de Castro, apasionadas y muy avanzadas en su contenido erótico. Sin poner en duda el valor testimonial y literario de las cartas de Vicente Aleixandre, creo sinceramente que tanto amor epistolar desvanece la figura de nuestro poeta.

Su amor por Bousoño fue un amor rendido, una relación personal en la que el papel femenino, más inteligente y cauto, lo representaba Bousoño, en tanto que Aleixandre actuaba como un enamorado enloquecido y necesitado de una posesión que turbaba su ánimo. También, por la constancia notarial del amor demandado y respondido, hemos sabido de las relaciones efímeras, pero profundas, de Federico García Lorca y Salvador Dalí.

Tengo a Aleixandre como un buen poeta, pero no de la altura de Lorca, Alberti o Salinas. Se acerca más a Prados y Altolaguirre. Bergamín, tan desigual, ocupa un honroso lugar en el furgón de cola. Y Gerardo Diego y Dámaso Alonso fueron, de acuerdo con mis gustos, más grandes que Aleixandre, aunque éste último, el enamorado de Carlitines, obtuviera el sospechoso Nobel de Literatura.

Mario Vargas Llosa recela de la publicidad del amor. Y estoy plenamente de acuerdo. Va a tener que trabajar mucho de ahora en adelante para no ser víctima de su recelo. En el caso de Aleixandre y Bousoño, de Vicente y Carlitines, hay renglones que humillan, versos que destrozan la ética de la prudencia y rozan el ridículo. «Bésame en la boca, me/ dijo el faraón/ y yo le di mi cuerpo de/ varón. Un detalle:El beso/ era tan mojado/ que había que pedir un paraguas./...Quiéreme Vicente./ Pero no le quise. Sólo le di por.../ fin amablemente/ gracias por su amor». Esta tontería de poema sólo la puede firmar un enamorado enloquecido. «Carlitos, niño mío, mi amor, mi dicha, mi locura, mi único destino». Eso se lo escribe Agustin de Foxá a Luis Rosales, y el maltrato de los concededores de bulas superaría los niveles de la tortura física. No les quitarían las calles, quemarían sus libros. «Carlitines, qué chispeante eres, chiquillo. A Carlitos le digo eso y mucho más. Porque es guapísimo (¡mentira!) y porque le adoro, y porque es mío y me lo como a amor. A AMOR, qué gusto escribirlo con todas sus letras. Pues sí, TE AMO, ¿Ves? Lo he dicho y no se ha hundido el firmamento. Soy feliz. Estoy como el nadador por el agua. Carlitos, vente conmigo y vámonos ‘‘a Sevilla por amor’’».

En estas cartas, escritas desde el amor y la pasión del momento, late una cómica o tragicómica lejanía con el futuro. Creo que las opciones del amor tienen que ser libres, pero me atrevo a reconocer que creo más en la heterosexualidad. Entiendo con mayor claridad la pasión de Pérez Galdós que la de Aleixandre. Es también una opción que nace de la libertad y las inclinaciones.

La exclusiva de LA RAZÓN es una joya, pero sus protagonistas quedan a merced del ridículo. Más Aleixandre que Bousoño. El amor de Aleixandre por su Carlitines desfigura su poesía. Son poemas de colegial, de jovenzuelo ansioso, de alipori conceptual.

La homosexualidad no está obligada a admitir el calandrajo irrisorio. Como decía Luis Escobar, «yo no soy gay, sino marica de los de toda la vida». Aleixandre, de haber vivido en nuestro hoy, saldría feliz de su casa de la calle Velintonia para formar barullito en una carroza el Día del Orgullo Gay. A la sección de Cultura de LA RAZÓN, un once sobre diez. Aunque me haya desmoronado a un poeta, que, justo es decirlo, tampoco me ha tenido muy pendiente de su Poesía.