Lucas Haurie
Carnaval ¿de risa?
A la lectura de esta columna, el concurso de agrupaciones del Carnaval de Cádiz 2013 será historia. Advertido por amigos gaditanos, de origen o residencia, de que para un forastero asomarse al mundillo carnavalesco supone un enorme riesgo (e ignorado el mismo), permítaseme considerar la decadencia de unas coplas en la que ya no se hace chanza de todo por miedo a la dictadura de lo políticamente correcto, se pasa los chistes por un traductor simultáneo y se ha sacrificado el espíritu festivo de la chirigota en el altar de la grandilocuencia, las pretensiones estéticas y el quiero-y-no-puedo de una trascendencia social a medio camino entre la opereta y la canción protesta. Apenas un puñado de maestros ignora el cálculo táctico de la competición para sumergirse en el puro cachondeo, la esencia nuclear de la cosa, tras el surgimiento de una casta de profesionales cuya tarificación es directamente proporcional a los elogios que reciben en Canal Sur u Onda Cádiz, terminales mediáticos de PSOE y PP respectivamente. Así, este año se ha llegado a mandar a los guardias a los camerinos para comprobar que los actuantes no portasen pancartas con mensajes disolutos como un anticipo de la censura previa que se viene. ¿Qué cojones pintan en el teatro Falla unos tíos haciendo demagogia con los bombardeos selectivos de Israel o el spread con el bono alemán? Decía Alberto Sordi en una de sus películas que «cuando se bromea, hay que ser serio». Esta gente se pone seria antes de hacer reír y se olvida de para qué se han disfrazado.
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