Restringido
Carta a D. Gregorio Peces-Barba
Don Gregorio, en un momento en que el espacio público está muy contaminado, en el que los valores se desgastan y en el que se impone el cuánto al qué y al cómo, te escribo esta carta. Hoy es justo el día en que se cumplen tres años desde que te fuiste. Lo hiciste demasiado pronto, no sólo porque aún eras joven, sino por todo lo que te quedaba por hacer y escribir.
Fuiste discípulo del Sr. Ruiz-Giménez, pero tú representas ese humanismo socialista que detesta y es beligerante con la política como algo frío e impersonal. Ésa es la diferencia entre la política y la gestión. Para ti nunca fue suficiente la eficacia y la eficiencia, para ti la política era la construcción de la dignidad del hombre. No es casual la obra enciclopédica de la historia de los derechos humanos que dirigiste. Nos enseñaste que todos los derechos humanos tienen su origen en la dignidad y el valor de la persona, dignidad que en la modernidad se ha colocado como fundamento de la ética pública.
Creaste escuela, por eso tus discípulos y amigos seguimos combatiendo tenazmente por aquellas cosas que tú contribuiste decisivamente a conquistar a lo largo de toda tu vida. La democracia, el Estado del Bienestar, siguen siendo el valioso territorio en disputa. El territorio en el que los seres humanos viven con libertad y dignidad.
Pero tu concepción de estos valores superiores está íntimamente ligada a la igualdad. Es imposible la igual dignidad si reside en un contexto de desigualdad, discriminación y diferencia, porque la desigualdad es incompatible con la dignidad. Para atajar la desigualdad puede ser necesario un trato desigual a favor de las personas o de los grupos que se encuentran en esa situación, por medio del Derecho. Ésa es la justificación del Estado Social que tanto defendiste como heredero de Don Fernando de los Ríos. Empeñaste tu vida en proveer la satisfacción de las necesidades que obstaculizan la igual dignidad. Ésa fue la distinción que dejaste como padre de la Constitución.
Cuánta falta nos haría ahora tu voz; y, sin embargo, basta prestar un poco de atención para escuchar tus palabras, en otras voces, pero exactamente tus palabras. Tus palabras en las voces de tus discípulos, de tus compañeros, de tus amigos, de tu familia, de toda la gente sobre la que ejerciste tu magisterio académico y cívico. Con todo, es inevitable echar de menos tu voz.
Porque las personas importan, porque las palabras valen también según quién las pronuncia, y hoy seguimos echando de menos tu voz. Uno abre los periódicos, escucha la radio, esperando de un momento a otro leer o escuchar tus palabras alumbrando la penumbra que se ha instalado en nuestra vida pública.
Lograste el prestigio como jurista y como catedrático. Concebiste una de las mejores universidades del país, fuiste un gran rector y nunca escondiste que te sentías un político. Nunca hubieses entendido la incursión del Tú académico en la política o viceversa, para ti eran dos partes de tu ser indisolubles y con ello dignificaste a toda la vida pública.
Nunca consentiste una injusticia sin que se escuchara tu voz, serena y enérgica. Siempre que alguien sufría menoscabo de su dignidad, podía contar contigo. Por eso fuiste abogado defensor en numerosos procesos ante el desaparecido Tribunal de Orden Público y en varios consejos de guerra, distinguiéndote en la defensa de los derechos humanos y de la democracia como forma de gobierno para España.
Madridista acérrimo desde el nacimiento, seguidor de Iker Casillas, sé que te hubiese escandalizado cómo le ha tratado su club, porque para ti las organizaciones tienen que ser justas en sí mismas, es tu concepción rawlsiana.
Por eso siempre detestaste las actitudes clientelares, peleaste contra la sumisión y para ti el más fuerte no está en el que más dolor puede ocasionar, sino en aquel que más lo puede soportar.
Nunca te hizo falta un «coach», ni un escritor de discursos, sin embargo consolidaste tu personalidad y elaboraste algunos de los más hermosos discursos parlamentarios.
Es julio, y en esta fecha deberías estar de vacaciones en Ribadesella, quiero pensar que estás allí, que leerás nuestras cartas. Quiero pensar que si no vuelves es porque, a pesar de que lo eras, nunca te consideraste imprescindible. Siempre supiste que el poder, la tierra y la vida son siempre un préstamo de las generaciones que vienen. Quiero pensar que estás ahí, siguiendo con afecto nuestras peripecias, con una pasión templada por esa perspectiva que debe de dar la eternidad.
Nosotros, tus amigos, los que tuvimos la suerte de conversar contigo, de aprender de tus consejos y de tus preguntas, de tenerte a nuestro lado cuando nos vimos en dificultades, seguimos en la tarea. Y los días en que somos más lúcidos, más generosos, más valientes en el empeño, esos días, casi podríamos decir que te vimos, que escuchamos tu voz en el fragor de la batalla. Ése es nuestro ánimo.
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