Cristina López Schlichting

Castas

Qué gozos periodísticos nos procuró «mienmano» Juan Guerra, con su despacho napolitano; qué asombro la subvención millonaria de Manuel Chaves a la empresa donde trabajaba su hija. Ahora es la novia de Pablo Iglesias la que ha revelado el rostro de un clan beneficiado. Varias viviendas de protección oficial han obtenido y un contrato de 130.000 euros. Qué forma de ordeñar al consistorio. Casa para el hermano –empleado por un año como animador infantil de Rivas–; casa para Tania –concejala de Cultura de Rivas–. La edil votó para otorgar la subvención fraterna, contra toda ley y ética, y pese ser familiar directa. Es un caso de «incrustamiento» tribal, de parasitismo institucional. Ha negado Tania que fuese suya la responsabilidad del dinero otorgado a la empresa del hermano (y resulta que votó su concesión). Finalmente negó que fuese ilegal la venta del piso de protección oficial con el que, en su caso, obtuvo 50.000 euros de beneficio. Yo no sé si estaba o no autorizada esta transacción, pero que es muy fea y muy impresentable políticamente, salta a la vista. Y también que Tania tiene afición a negar. A Pablo Iglesias se le acumulan los muertos. Resulta que cobraba 3.000 euros por programa de La Tuerca (en dinero iraní) y lo declaraba como asociación sin ánimo de lucro. Y ocurre que su colaborador Errejón cobra una beca de 1800 euros sin llevar a cabo la investigación universitaria que se le exige. No me extraña que el líder de Podemos proponga ahora aumentar el funcionariado y sus emolumentos e incrementar los impuestos de las empresas. ¿Cómo iba, si no, a financiar estas redes clientelares, que les permiten carrera y casa a ellos y los suyos? Es la de estas personas una interesante mentalidad de lo público. Lo que es de todos se reparte –procurando que me toque siempre–, lo de los demás, se reparte también. Lo mío no, porque soy un humilde empleado, un pobre intelectual.

Pablo Iglesias no ha intuido jamás el temor de un empresario con 50 trabajadores a su cargo y problemas económicos. Ni imagina lo que le cuesta a un agente de seguros juntar un sueldo a base de pólizas. Ni barrunta lo que pasa un taxista que conduce 18 horas diarias. Él cobra todos los meses del sistema universitario español, endogámico y ministerial, y planea ya un método para multiplicar esas pagas a costa precisamente de los riñones del empresario o el autónomo.