Joaquín Marco
Cataluña en España
El problema que está planteando el nacionalismo sería muy distinto si el Partido Socialista tuviera una idea clara y consistente de la nación española y, por otro lado, si las elites españoles cumplieran con sus responsabilidades en la defensa y la promoción de su país, de su identidad, de su cultura, de su papel en el mundo.
Existirían, claro está, tensiones derivadas de una formación nacional compleja. España nunca ha sido un país homogéneo en lo lingüístico, en las formas de vida o en la organización política. Venimos de donde venimos, que es una larga serie de pactos, de disputas, de negociaciones y de discusiones que han conformado un Gobierno descentralizado, más o menos federal, que puede continuar si se llevan a cabo algunas reformas que impidan que ese mismo Gobierno arruine al país que lo sostiene. Tampoco existiría toda esta larga historia de pactos y discusiones si por debajo no se encontrara siempre algo anterior a todo ello, que es la conciencia de la unidad, la convicción de que todos pertenecemos a una comunidad política en el sentido más profundo de la palabra: allí donde nos reconocemos en los demás y aceptamos como naturales, y dignas de respeto y de orgullo, las diferencias.
No es lo mismo ser español desde la perspectiva andaluza o santanderina que serlo desde la perspectiva catalana, pero es España, la conciencia de lo que compartimos, lo que nos permite ser andaluces o catalanes, sin que entre una y otra forma de ser español quepa establecer una jerarquía. España no ha negado nunca una realidad como la catalana, y si alguien lo hizo en nombre de España estaba exhibiendo un nacionalismo de recorrido aún más corto, y más falsificador aún, que los nacionalismos particularistas. Estos se pueden permitir el lujo del jacobinismo y la intolerancia. España, que existe como unidad desde un estrato muy profundo, no. España no puede manifestarse si no es mediante la diversidad que la caracteriza.
Siempre hay que tener en cuenta los dos planos para entender lo que está en juego. De la consistencia del concepto de España da buena cuenta que los nacionalismos, a pesar de todos sus esfuerzos, sigan sin salir de un porcentaje que ronda la tercera parte del censo correspondiente. Eso mismo explica que lo que resulta tan difícil de entender para las elites sea tan natural, tan fácil, para el conjunto de los españoles, más sofisticados y más valientes en esto que buena parte de sus elites.
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