Joaquín Marco

Cataluña sin utopías

Basta poner los pies en Cataluña para darse cuenta de la complejidad, la diversidad y el pluralismo de la sociedad catalana, así como para sentirse emocionado por la seriedad y el amor con que los catalanes tratan la vida de su país. El catalanismo y el nacionalismo forman parte integral de esta realidad, pero no la apuran ni -menos aún- la monopolizan. Así ha quedado demostrado una vez más en las elecciones del pasado domingo. El órdago independentista de Artur Mas, que era un intento de normalizar y uniformizar la riqueza de Cataluña con fines partidistas, se ha dado de bruces con una realidad que desborda cualquier proyecto reduccionista. Más aún que cualquier otra sociedad tan rica, tan plural y tan desarrollada, Cataluña sólo se gobierna desde el centro. Y el centro, en Cataluña, no consiste sólo en una posición política o ideológica. El centro, en Cataluña, consiste en tener siempre en cuenta y en activar una parte esencial de la realidad catalana, que es su anclaje en el resto de España, de la que forma parte naturalmente, aunque no sin aristas ni complicaciones. Eso era lo que daba consistencia al antiguo proyecto nacionalista, catalanista pero también prudente, conservador y nunca ajeno a la circunstancia española que no podía ni quería negar.

Sin ese anclaje en la realidad, la perspectiva catalana, tan opulenta y llena de vida, tiende a perder pie y a convertirse en una ficción sin carne, ultraideologizada, encerrada en una fantasía al mismo tiempo localista, postmoderna y de clase -algo racista también- donde sólo cobran realidad como criaturas cabales los catalanes que hablan catalán y tienen apellidos catalanes, es decir los iluminados por el proyecto nacionalista. Esto es lo que ha lleva ocurriendo desde hace mucho tiempo ya. El resultado, puesto de relieve por los resultados electorales del domingo, es una Cataluña difícil de gobernar, encerrada como está en una utopía irreal.

El Partido Popular y Ciudadanos, cada uno a su manera, bien distinta, saben lo que tienen que hacer. Se podrán equivocar, pero tienen una línea clara y relevante. Sería interesante que los demás grupos políticos catalanes empezaran a abandonar las ensoñaciones adolescentes, las prisas y las alucinaciones, y se enfrentaran a la realidad que tienen delante. Los electores, con el voto de la razón, han despejado un camino suicida para Cataluña y de alto riesgo para el resto de España. Les queda a los partidos catalanes no agravar el problema de la gobernación y la estabilidad de su país, tan rico y tan bello.