Alfonso Ussía

Chándal

La espesura social del retroprogresismo no proviene de las ideas, sino del chándal. El chándal –del francés «chandail»–, era el jersey que usaban en los mercados los vendedores de verduras. Ignoraban los afanados expendedores de judías y lechugas, que cien años después, su laboral prenda se iba a implantar en todo el mundo como un hábito textil con alcance presidencial. El viejo «chandail» se convirtió en una prenda deportiva imprescindible. Un jersey y pantalón amplios que usaban los practicantes profesionales o aficionados a los deportes durante los entrenamientos o con posterioridad al ejercicio para no resfriarse. El chándal es, por lo tanto, una combinación de jersey y pantalón de origen lechuguero que ha triunfado por su comodidad. Lo dijo Guy de la Fresange: –La comodidad siempre estará reñida con el buen gusto–.

Un grupo de cardiólogos norteamericanos, después de una copiosa y bien regada reunión culinaria, y con la única finalidad de ampliar su clientela, decidió a principios del siglo XX recomendar el «footing» para fortalecer la resistencia del corazón con mayor fluido sanguíneo. El «footing» es sencillamente, correr en pos de nada, correr por corre, correr sin amenaza posterior ni objetivo concreto. Y el «footing» arrasó, proporcionando asimismo a los cardiólogos un nuevo y productivo sector de pacientes. Millones de seres humanos dispersos por todo el globo terráqueo practicaron el «footing», ayer «jogging» y en la actualidad «running». Y para llevar a cabo tan peligrosa práctica el chándal es imprescindible. Se trata de un conjunto tan cómodo, que se establecieron dos modelos de chándal. El chándal para correr, y el chándal para descansar después de correr. Y los armarios de millones de hogares del mundo se llenaron de chándales. Se me antoja algo exagerada la opinión del doctor Stranov, catedrático de Cardiología de la Universidad de Socchi: «Han fallecido más personas practicando el deporte de correr que soldados en la Primera Guerra Mundial».

En las urbanizaciones, las mujeres adineradas iban a los supermercados en chándal. Los ojitos de quien esto firma sorprendieron en «La Moraleja», muchos años atrás, a Ana García Obregón comprando la prensa dominical con un chándal carmesí cubierto por un abrigo de leopardo. Pero ha sido Fidel Castro el Givenchy del chándal. Cuando el chándal llegó a las jefaturas de los Estados comunistas, el mundo olió peor, pero con mayor comodidad. Del chándal de Castro al de Chávez –que fue enterrado de esa guisa–, y de ahí al de Maduro apenas han transcurrido diez años. Y en algunas naciones de Sudamérica se ha quebrado la vieja tradición protocolaria.

En la tiranía bolivariana de Venezuela los viajes oficiales y las recepciones se efectúan en chándal. En las invitaciones se especifica qué tipo de chándal hay que llevar: «Señores: Chándal de media gala. Señoras: Chándal cerrado». Si el evento es vespertino con vocación nocturna, cambian los chándales por respeto institucional. «Señores, chándal de gala con condecoraciones y zapatillas deportivas de tonos oscuros. Señoras, chándal escotado con motivos dorados y zapatillas con cámara de aire y de tonos respetuosos con la Revolución». Si hay parada militar matutina, la recomendación es tajante. «Señores: Chándal con los colores de la Bandera de Venezuela y estrellas con fondo blanco. Señoras, Chándal con los colores de la Patria Bolivariana con estrellas en lugares que impidan la provocación burguesa y capitalista».

Y todo comenzó vendiendo lechugas y coles de Bruselas.