Cristina López Schlichting

Charlatanes

La Razón
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«Tenía que pasar», eso decía mi madre cuando, tras habernos prohibido mil veces subir al manzano, regresábamos llorando, con las rodillas magulladas, buscando la mercromina que era, más que un remedio, un camino para sus manos suaves y sus besos y esa dulzura, más allá de las recriminaciones, que curaba todo para siempre. Entre los reproches, eso sí, la frase de siempre: «Te está bien empleado». Lejos de mí está dar por «bien empleada» la desgracia del niño gravemente enfermo de difteria, pero justo la semana pasada hablábamos aquí de cómo las vacunas han ido experimentando un deterioro progresivo de su imagen infalible de antaño. Antes no dudábamos en someternos al pinchazo y las cicatrices en los brazos, porque el premio era la vida. Ahora, muchos andan predicando que las vacunas debilitan el sistema inmunológico y ceban el ansia de dinero de las multinacionales. Las vacunas han supuesto un progreso exponencial en el bienestar humano y la posibilidad de supervivencia. Somos las primeras generaciones que no han sido diezmadas por el sarampión, la tuberculosis, la polio. No voy a decir que sean el bálsamo de Fierabrás, ni que todas se hayan demostrado igualmente eficaces, pero el calendario obligatorio de vacunación garantiza una protección indispensable, más allá de la cual proliferan amenazas bien reales. Lamento muchísimo que la charlatanería y el oscurantismo encuentren –sobre todo en internet y para el lector desavisado– un terreno fértil. En la mente de muchas personas un blog o un post parecen tener tanta relevancia como «Lancet» o «Science», las revistas de referencia de la ciencia contrastada.