Restringido
Chi-Raq
A Hadiya Pendleton, 15 años, le tronchó la vida una bala prófuga en un tiroteo entre bandas. Una semana antes había actuado en la inauguración del segundo mandato de Obama. Era negra. Estudiante modélica. Vivía en Chicago. Una ciudad hundida a pulso en la polinización del crimen. Su muerte, enero de 2013, conmocionó al país. Un par de minutos. En Chicago los agentes de policía ya no saben cómo verbalizar su impotencia. La paradoja de que le pongan las pulseras a un rufián acusado de portar un arma sin licencia y que mañana esté de vuelta en la calle. Acampado en la esquina de guardia. Holgazaneando con el Colt bajo el chándal fosforito. Con la chulería del que se sabe inmune. Se ríen de los agentes. Hacen mofa de las altisonantes declaraciones de unos políticos incapaces de ahormar la esquizofrenia. Envueltos en una Constitución que nunca leyeron reciben el apoyo indirecto pero crucial de los todopoderosos lobbies del rifle. Los protege la seborreica bendición de quienes consideran normal que alguien compre un subfusil ametrallador con la coartada de que le gusta para cazar patos.
Spike Lee, el director del cine, ha bautizado su última cinta como Chi-Raq, acrónimo de la ciudad del viento y el matadero de Mesopotamia. Rahm Emmanuel, alcalde de Chicago, le afeó el título. No lo inventó el negrata vacilón y brillante, polémico y bocazas. Pasea de boca en boca entre los votantes del regidor. La sabiduría popular, a falta de soluciones prácticas, siempre fue rauda con el idioma. El diccionario no necesita oráculos para moverse. Sobra con unas vergonzantes cifras de crímenes. Con la evidencia de que el territorio del blues eléctrico y el rock and roll paleolítico, visceral, incunable, refugio de Muddy Waters, Howlin´ Wolf, Otis Rush, Slim Harpo, Willie Dixon, Bo Diddley, Chuck Berry y Little Walter, allí donde los prófugos del Sur encontraron asilo tras escapar de Alabama, Georgia y Mississippi, pugna por el cetro del cementerio. «Nunca le escuchado nada contra la película una vez la estrenamos», le explica Lee al «The New York Times». «El alcalde Rahm Emanuel nunca dijo: “No pueden hacer esta película”. Quería que cambiase el título porque pensó que perjudicaría el turismo y el desarrollo económico. Pero ¿qué turismo vamos a dañar en el South Side? ¿Qué desarrollo?».
EEUU vive acampado en la distópica contradicción de ser el país más rico y uno de los más violentos. Con índices de homicidios dignos de un paraíso artificial bolivariano. Pongamos Venezuela. La II Enmienda, legítima, se ha quedado para vestir demagogias y acaudillar votos. Quieren quitarnos las pistolas, dicen los pirómanos. Lo siguiente será arrebatarnos la libertad y, acto seguido, decidir cómo vives, a quién votas y con quién te acuestas. En su delirio equiparan el derecho a pasear con un lanzacohetes antitanque y el del voto o la hacienda. El atavismo de la frontera sigue clavado en la psique nacional. El raído argumento de que las armas no matan, sólo los hombres malos, no cuela. Nadie controla quien compra. Tampoco es igual que se te vaya la chola y disponer de un arsenal mortífero que, a falta de revólveres, recurrir a la sartén o el twitter.
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